sábado, 2 de abril de 2011

PERFILES MESTIZOS

La reedición en España de dos clásicas obras del Inca Garcilaso, y una serie de recientes publicaciones en torno a la vida del conquistador Francisco Pizarro y su hija primogénita, ponen en relieve el complejo y difícil proceso del mestizaje peruano, componente mayoritario de nuestra diversidad cultural. El mestizaje –resumido en la conocida frase de Ricardo Palma, que a fines del siglo XIX afirmaba ya que en nuestro país «quien no tiene de inga tiene de mandinga»– ha dejado de ser una fórmula única de integración para privilegiar el respeto al otro y la fecundidad de lo plural. Aquí, una selección de estimulantes lecturas.

LA RECEPCIÓN DEL
INCA GARCILASO
Mercedes López-Baralt

Garcilaso pudo disfrutar en vida del reconocimiento inicial de su obra. Sus coetáneos celebraron al Inca, ya citándolo, ya honrándolo: Bernardo de Aldrete en 1606 y en 1614, Francisco de Castro en 1611; Fernández de Córdoba en 1615. Y aunque Garcilaso jamás mencionó a los grandes escritores españoles de su tiempo, ni a Cervantes ni a Góngora ni a Lope, Cervantes sí conoció los Comentarios reales y los empleó como una de las fuentes del Persiles; también cita a León Hebreo según la traducción del Inca en una parodia que hace de estos diálogos en La Galatea, de acuerdo a Pupo-Walker. Como dato curioso, este estudioso cita a Porras Barrenechea, quien en El Inca Garcilaso en Montilla (1955) afirma que Garcilaso y Cervantes coincidieron accidentalmente allí y que posiblemente el Inca tuvo que comparecer ante el autor del Quijote cuando éste recaudaba fondos para la Corona.

No hay duda de que los Comentarios reales no tardaron en acceder al canon. En el tercer acto de El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, Lope de Vega reescribió una anécdota de las que cuenta Garcilaso en los Comentarios. Antonio Herrera también reelaboró textos del Inca. En el Carnero, de 1637, Juan Rodríguez de Freyle inserta materiales de los Comentarios. Lo mismo hace Bartolomé Arzans de Ursúa en su Crónica Imperial de la villa de Potosí de 1678. Y en sus Tradiciones peruanas, Ricardo Palma recrea el episodio de Aguirre, de la Historia General del Perú, en su relato «Las orejas del alcalde».

Flores Galindo (1986) dice que los Comentarios reales no fueron muy exitosos, en términos editoriales, al morir Garcilaso, pero que en los próximos siglos las ediciones fueron en aumento. Hay diecisiete ediciones entre los siglos XVII y XVIII: diez en francés, cuatro en español, dos en inglés y una en alemán. A través de la aristocracia indígena Garcilaso se inserta en la cultura oral, de ahí la prohibición de los Comentarios reales en 1872 por entender la Corona que fomentaba la sublevación indígena. En efecto, parece que las autoridades españolas reconocieron el peligro de la afirmación de Garcilaso sobre la injusticia de la decapitación de Túpac Amaru y su legitimidad como gobernante de los incas.

En «Túpac Amaru y la prohibición de los Comentarios reales», Daniel Varcálcel (1961) explica cómo a casi dos siglos de distancia el Inca logró influir en la sublevación del segundo Túpac Amaru. Un grupo selecto de conspiradores, indios y mestizos cusqueños, se fortalecía espiritualmente con la lectura de los Comentarios, que fomentaba José Gabriel Condorcanqui en sus reuniones. Desde Aranjuez, Carlos III prohibió y mandó a recoger los ejemplares existentes de los Comentarios reales como castigo por haber inspirado la revuelta, en un documento dirigido al virrey Jáuregui el 21 de abril de 1782, uno de cuyos pasajes rezaba: «Ygualmente quiere el Rey que con la misma reserva procure vuestra Excelencia recoger sagazmente la Historia del Ynga Garcilaso, donde han aprendido esos naturales muchas cosas perjudiciales». El peso político de los Comentarios reales para la realización de la utopía de la independencia fue justamente calibrado por el general San Martín, quien reclamó en Córdoba, Argentina en 1814, su reedición. [...]

Desde su aparición en 1609 los Comentarios reales fueron leídos como texto histórico; no hubo en su momento el más mínimo intento de cuestionar la veracidad de los hechos en él narrados. Durante los siglos XVII y XVIII Garcilaso se convirtió en la autoridad indiscutible sobre la cultura incaica. Con el advenimiento de la historiografía positivista, el estudio del texto se enfocó desde el debate entre la historia y ficción, y varios historiadores importantes pusieron en duda la veracidad del libro. En The History of América (1777), William Robertson le critica el empleo de fuentes secundarias, tanto como su incapacidad para distinguir la realidad de la fantasía. Por su parte William Prescott (History of the Conquest of Peru, 1847) apunta a su egocentrismo y su tendencia a la chismografía. En 1905 Menéndez y Pelayo, como hemos visto, catalogaba los Comentarios como novela, aun cuando lo valoraba de manera entusiasta, al entenderlo como «el libro más genuinamente americano que en tiempo alguno se ha escrito, y quizá el único en que verdaderamente ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas». [...] En el Perú, Manuel Gonzáles de la Rosa, a quien ya hemos mencionado, lo acusa en 1912 de plagiar a Blas Valera. José de la Riva-Agüero inicia en 1916, como vimos, con su «Elogio del Inca Garcilaso», la revalorización del Inca como historiador. Desde ese momento, sus principales exégetas –entre ellos, Luis Alberto Sánchez, Porras Barrenechea, Miró Quesada y Durand– han apoyado la historicidad de los Comentarios reales, aun cuando admitan la parcialidad del Inca en su idealización del linaje materno. [...]

Hoy los Comentarios reales han quedado consagrados tanto como fuente primaria para la antropología y la historia del mundo andino, como para las letras hispanoamericanas. Lo manejan con confianza importantísimos andinistas: antropólogos como John V. Murra, Tom Zuidema y Pierre Duviols e historiadores como Raúl Porras Barrenechea, Franklin Pease y Juan M. Ossio. Se ocupan de su prosa literatos del calibre de José Durand, Aurelio Miró Quesada, José Juan Arrom, Enrique Pupo-Walker, Margarita Zamora, Roberto González Echevarría y Julio Ortega. Pero quizá la consagración mayor venga de tantos lectores entusiastas que mantienen viva, y sobre todo joven, la obra del Inca al filo de su cuatricentenario.

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