lunes, 13 de febrero de 2012

ESCRITORES SUICIDAS

Alejandra Pizarnik (1936-1972) se quitó la vida a los 36 años ingiriendo 50 pastillas de un barbitúrico (Seconal) durante un fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico Pirovano de Buenos Aires.
Alfonsina Storni (1892-1938) se arrojó a la playa La Perla, en ciudad de Mar del Plata, desde una escollera.
Ángel Ganivet (1865-1898) se suicidó tirándose al Río Dvina de Riga desde un barco (tras haber sido salvado en una primera intentona).
Anne Sexton (1928-1974) se suicidó inhalando monóxido de carbono tras encerrarse en su garage con el motor de su automóvil encendido.
Camilo Castelo Branco (1825- 1890) desesperado por la confirmación de un oftalmólogo de que su progresiva ceguera no tenía cura, se pegó un tiro en la sien derecha.
Cesare Pavese (1908-1950) ingirió dieciséis envases de somnífero tras la ruptura de su relación sentimental con la actriz norteamericana Constance Dowling.
Emilio Salgari (1862-1911) se quitó la vida, abriéndose el vientre con un cuchillo según el rito japonés del harakiri.
Ernest Hemingway (1899-1961) se disparó con su escopeta de caza.
Gabriel Ferrater Soler (1922-1972) tomó barbitúricos y se ató una bolsa de plástico en la cabeza.
Gérard de nerval (1808-1855) se ahorcó de una farola en París.

Artículo en proceso

viernes, 10 de febrero de 2012

MARIO VARGAS LLOSA: CARICATURA 2010

     La siguiente caricatura apareció en el diario PERÚ 21 en el año 2010 con motivo de la premiación a Mario Vargas Llosa, con el Premio Nobel de Literatura. Disfrútenla.

jueves, 9 de febrero de 2012

PLANO GENERAL

     Generalmente, en libros, internet, láminas y en cualquier otro medio; se suele mostrar solo en primer plano a las diversas personalidades de la cultura universal, y sinceramente siempre me he preguntado cómo se verían en un plano general. A continuación les presento algunos genios de la literatura universal en cuerpo entero.


Edgar Allan Poe


Emilio Zola


Dante Alighieri
León Tolstoi


Herman Melville

martes, 7 de febrero de 2012

JOSÉ SARAMAGO: LA AUTOBIOGRAFÍA

Yo nací en una familia de campesinos sin tierra en Azinhaga, una pequeña aldea en la provincia de Ribatejo, en la margen derecha del río Almonda, a unos cien kilómetros al noreste de Lisboa. Mis padres se llamaban José de Sousa y María da Piedade. José de Sousa también habría sido mi nombre si el empleado del Registro Civil, por su propia iniciativa, no habría añadido el apodo con él que la familia de mi padre era conocida en el pueblo: Saramago. (Cabe señalar que Saramago es una planta herbácea espontánea, cuyas hojas, en aquellos tiempos, en tiempos de necesidad, sirve como alimento en la cocina para los pobres)... Sólo siete años después, cuando yo estaba en la escuela primaria tuve que presentar un documento de identificación, en el que se dio a saber que mi nombre completo era José de Sousa Saramago. Esto no era, sin embargo, el único problema de identidad con el que salí de la cuna. A pesar de que había venido al mundo el 16 de noviembre de 1922, mis documentos oficiales refieren que había nacido dos días después, el 18: fue gracias a este fraude lo que evitó a mi familia pagar la multa por no declarar mi nacimiento dentro del plazo legal.
Tal vez porque había participado en la Primera Guerra Mundial en Francia como un soldado de artillería, y otros entornos conocidos, aparte de vivir en el pueblo, mi padre decidió, en 1924, dejando el trabajo de campo y los viajes a su familia a Lisboa, donde comenzó a ejercer la profesión de policía de seguridad pública, para la cual no se requiere más "cualificación" (expresión común entonces...) que leer, escribir y contar. Pocos meses después que terminamos de instalarnos en la capital, moría mi hermano Francisco, que era dos años mayor que yo. A pesar de las condiciones en que vivíamos hubiesen mejorado un poco con la mudanza, nunca llegaríamos a conocer el alivio económico. Desde que tenía 13 o 14 años cuando nos fuimos, por fin, a vivir en una casa (pequeña) sólo para nosotros: hasta entonces había vivido siempre en partes de la casa con otras familias. Durante este tiempo, e incluso la mayoría, fueron muchos, y frecuentemente prolongados, los períodos en que vivía en el pueblo con mis abuelos maternos, Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha.
Fui un buen estudiante en la escuela primaria: en la segunda clase ya había escrito sin faltas de ortografía, y las clases de tercero y cuarto se realizaron en un solo año. Pasé luego a la escuela secundaria, donde permanecí dos años, con excelentes calificaciones en la primera, y mucho menos el bien en el segundo, fui muy estimado por compañeros y profesores, hasta el punto de ser elegido (tenía entonces de 12 años...) tesorero de la asociación académica... Entretanto, mis padres habían llegado a la conclusión de que, por falta de medios, no podía continuar en la escuela secundaria. La única alternativa que se presentaba era ingresar a una escuela técnica, y así fue: durante cinco años aprendí el oficio de mecánico. Lo más sorprendente fue que el plan de estudios de la escuela en ese momento, aunque obviamente orientadas a las calificaciones técnicas profesionales, incluía además de francés, una disciplina de la literatura. Como no tenía libros en casa (mis libros, los que compré, incluso con dinero prestado de un amigo, solo los pude tener a los 19 años), fueron los libros escolares de portugués, por su propia naturaleza "antológica", que me abrirían las puertas para el disfrute literario: todavía puedo recitar la poesía culta en aquella época lejana. Terminado el curso, trabajé durante dos años como cerrajero mecánico en un taller de reparación de automóviles. También por esa época había comenzado a frecuentar en períodos nocturnos una biblioteca pública de Lisboa. Y sin ayuda, ni consejos, apenas guiado por la curiosidad y la voluntad de aprender, que mi gusto por la lectura se desarrolló y refinó.
Cuando me casé en 1944, ya había cambiado de actividad, pasaría a trabajar en una agencia de seguridad social como empleado administrativo. Mi mujer, Ilda Reis, entonces, mecanógrafa en los ferrocarriles, se convertiría, muchos años después, en una de las pintoras portugueses más importantes. Fallecería en 1998. En 1947, año del nacimiento da mi única hija, Violante, publique un primer libro que titulé Una Viuda, pero por conveniencias editoriales fue publicada con el nombre de Tierra del Pecado.
Escribí otra novela, Claraboya, que permanece inédita hasta el día de hoy, y comencé otro que no pasó de las primeras páginas: se llamaría Miel y hiel o tal vez Luis, hijo de Tadeo… la cuestión se vio resuelta cuando abandoné el proyecto: comenzaba a tornarse claro para mí que tenía que decir algo que valiese la pena. Durante 19 años, hasta 1966, cuando publicaría Los poemas posibles, estuve ausente del mundo literario portugués, donde deben haber sido poquísimas las personas que sintieran mi falta.
Por motivos políticos fui desempleado en 1949, mas, gracias a la buena voluntad de un antiguo profesor de la escuela técnica pude encontrar empleo en la empresa metalúrgica en la que él era administrador. Al final de los años 50 pasé a trabajar en una editorial, Estudios Cor, como responsable de la producción retornando así, pero no como autor, al mundo de las letras que había dejado años antes. Esta nueva actividad me permitió conocer y crear relaciones de amistad con algunos de los escritores portugueses más importantes de entonces. Para mejorar el presupuesto familiar, sino también por el gusto, comencé a partir de 1955 a dedicar una parte del tiempo libre a trabajos de traducción, actividad que se prolongaría hasta 1981: Colette, Pär Lagerkvist, Jean Cassou, Maupassant, André Bonnard, Tolstoi, Baudelaire, Étienne Balibar, Nikos Poulantzas, Henri Focillon, Jacques Roumain, Hegel, Raymond Bayer fueron algunos de los autores que traduje. Otra ocupación paralela, entre mayo de 1967 y noviembre de 1968 fue la de crítico literario. Entretanto, en 1966, publicaría Los Poemas Posibles, una colección poética que marcó mi regreso a la literatura. A ese libro, le siguió, en 1970 otra colección de poemas, Probablemente Alegría, y luego, en 1971 y 1973 respectivamente, con los títulos de este Mundo y el otro, y El Equipaje de Un Viajero, dos colecciones de crónicas publicadas en la prensa, que la crítica ha considerado esenciales para una comprensión completa de mi trabajo posterior. Habiéndome divorciado en 1970, inicié una relación de convivencia, que duraría hasta 1986, con la escritora portuguesa Isabel da Nóbrega.
Dejé la editorial a finales de 1971, trabaje durante los dos años siguientes en el vespertino Diario de Lisboa como coordinador de un suplemento cultural y como editorialista. Publicados en 1974 bajo el título Las Opiniones que DL tuvo, esos textos representan una “lectura” bastante precisa de los últimos tiempos de dictadura que vendría a ser derribada en abril de aquel año. En abril de 1975 pasé a ejercer las funciones de Director Adjunto del matutino Diario de Noticias, cargo que desempeñé hasta noviembre de ese mismo año en que fui despedido tras los cambios producidos por el golpe político-militar del 25 de aquel mes, que frenó el proceso revolucionario. Dos libros marcan esta época: El año de 1993, un poema largo publicado en 1975, que algunos críticos ya consideran anunciador de obras de ficción, que dos años después se iniciarían con la novela Manual de Pintura y Caligrafía y, bajo el título de Los Apuntes, los artículos de teoría política que publiqué en el diario del que había sido director.
Quando casei, em 1944, já tinha mudado de actividade, passara a trabalhar num organismo de Segurança Social como emprSin empleo una vez más y, ponderadas las circunstancias de la situación política en que entonces se vivía, sin la menor posibilidad de encontrar uno, decidí dedicarme por entero a la literatura: ya era hora de saber lo que podría realmente valer como escritor. A principios de 1976 me instalé por algunas semanas en Lavre, una población rural de la provincia de Alentejo. Fue ese periodo de estudio, observación y registro de informaciones que vino a dar origen, en 1980, a la novela Levantado del Suelo, en que nace el modo de narrar que caracteriza mi ficción novelesca. Entretanto, en 1978, había publicado una colección de cuentos, Casi un Objeto, en 1979 la obra de teatro La noche, a la que siguió, pocos meses antes de la publicación de Levantado del Suelo, nueva obra teatral, ¿Qué haré con este libro? Con excepción de otra obra de teatro, titulada La Segunda Vida de Francisco de Asís publicada en 1987, la década de los 80 fue enteramente dedicada a la novela: Memorial del Convento, 1982, El Año de la Muerte de Ricardo Reis, 1984, La Balsa de Piedra, 1986, Historia del Cerco de Lisboa, 1989. En 1986 conocí a la periodista española Pilar del Río. Nos casamos en 1988.
Como resultado de la censura ejercida por el Gobierno portugués sobre la novela El Evangelio según Jesucristo (1991), vetando su presentación al Premio Literario Europeo con el pretexto de que el libro era ofensivo para los católicos, mudamos, mi mujer y yo, en febrero de 1993, nuestra residencia a la isla de Lanzarote, en el archipiélago de Canarias. A principios de ese año publiqué la obra In Nomine Dei, aunque escrita en Lisboa, del que sería extraído el libreto de la ópera Divara, con música del compositor italiano Azio Corghi, estrenada en Munich (Alemania), en 1993. No fue esta mi primera colaboración con Corghi: también le dio música a la ópera Blimunda, sobre la novela Memorial del Convento, estrenada en Milán (Italia), en 1990. En 1993 inicie la escritura de un diario, Cuadernos de Lanzarote, del que están publicados cinco volúmenes. En 1995 publiqué la novela Ensayo sobre la Ceguera y en 1997 Todos los Nombres, El cuento de la isla desconocida. En 1995 me fue concedido el Premio Camões, y en 1998 el Premio Nobel de Literatura. Como resultado de la adjudicación del Premio Nobel mi actividad pública se vio incrementada. He viajado a los cinco continentes, ofreciendo conferencias, recibiendo grados académicos, participando en reuniones y conferencias, tanto de carácter literario como social y político, pero sobre todo, participé en acciones reivindicativas de la dignidad de los seres humanos y el cumplimiento de la Declaración de los Derechos Humanos para el logro de una sociedad más justa, donde la persona es una prioridad absoluta, no el comercio o la lucha por un poder hegemónico, siempre destructivas.
José Saramago recibiendo el Pemio Nobel de Literatura de manos del Rey de Suecia en 1998.
Creo haber trabajado mucho durante estos últimos años. Desde 1998, publiqué Hojas Políticas (1976-1998) (1999), La Caverna (2000), La flor más grande del mundo (2001), El hombre duplicado (2002), Ensayo sobre la lucidez (2004), Don Giovanni o el disoluto absuelto (2005), Las intermitencias de la muerte (2005) y Las pequeñas memorias (2006). Ahora, en otoño de 2008, aparecerá un nuevo libro: El viaje del elefante, un cuento, una narración, una fábula.
En el año 2007 decidí crear una Fundación en Lisboa con mi nombre, lo que supone, entre sus principales objetivos, la defensa y promoción de la literatura contemporánea, la defensa y la exigencia del cumplimiento de la Carta de los Derechos Humanos en la atención que nosotros, como ciudadanos responsables, para cuidar el medio ambiente. En julio de 2008 se firmó un protocolo de ceder la Casa de los Diamantes, en Lisboa, para sede de la fundación José Saramago, donde continuará para intensificar y consolidar los objetivos que se fijó en su Declaración de Principios, abriendo las puertas a los proyectos vivos de agitación cultural y propuestas transformadoras de la sociedad.
Tradución: Miguel Zavala

sábado, 4 de febrero de 2012

DIPLOMAS DE ALGUNOS PREMIOS NOBEL DE LITERATURA

MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS - NOBEL 1967

SAMUEL BECKETT - NOBEL 1969

ALEKSANDR SOLZHENITSYN - NOBEL 1970

PABLO NERUDA - NOBEL 1971

HEINRICH BÖLL - NOBEL 1972

SAUL BELLOW - NOBEL 1976

ISAAC BASHEVIS SINGER - NOBEL 1978

JOSEPH BRODSKY - NOBEL 1987

OCTAVIO PAZ - NOBEL 1990

NADINE GORDIMER - NOBEL 1991

TONI MORRISON - NOBEL 1993

WISLAWA SZYMBORSKA - NOBEL 1996

DARIO FO - NOBEL 1997

JOSÉ SARAMAGO - 1998

GÜNTER GRASS - NOBEL 1999

GAO XINGJIAN - NOBEL 2000

V.S. NAIPAUL - NOBEL 2001

IMRE KERTÉSZ - NOBEL 2002

J.M. COETZEE - NOBEL 2003

ELFRIEDE JELINEK - NOBEL 2004

HAROLD PINTER - NOBEL 2005


ORHAN PAMUK - NOBEL 2006

DORIS LESSING - NOBEL 2007

JEAN - MARIE GUSTAVE LE CLÉZIO - NOBEL 2008

HERTA MÜLLER - NOBEL 2009

MARIO VARGAS LLOSA - NOBEL 2010

TOMAS TRANSTRÖMER - NOBEL 2011


miércoles, 1 de febrero de 2012

PILAR DONOSO

Pilar y José Donoso, en una foto de 1980.
El mundo literario hispanoamericano fue remecido por la muerte de María del Pilar Donoso Serrano, de 44 años de edad, hija adoptiva del fallecido escritor chileno José Donoso. El cuerpo de la mujer fue encontrado sin vida tendido en la cama de su apartamento santiaguino.
Se desconocen las causas concretas de su muerte, aunque la hipótesis principal de la policía es que se trató de un suicidio, mediante una ingesta masiva de medicamentos. Según las fuerzas del orden, "la hija de la autor golpeó en reiteradas ocasiones la puerta del apartamento, pero como nadie abrió, decidió llamar a un cerrajero". La vivienda está ubicada en el número 1841 de la santiaguina calle de Los Leones, en el barrio de Providencia.
Una vez forzada la puerta encontraron el cadáver de la escritora justo como también fue encontrado el de su padre. Llevaba unas diez horas muerta. Hasta el momento, la PDI (Policía de Investigaciones) ha descartado la intervención de terceros en la muerte. Desde el Servicio Médico Legal se la capital chilena se informa de que: "El resultado de la autopsia ha arrojado una intoxicación medicamentosa".
Artículos como este daban cuenta hace dos meses del fallecimiento de Pilar, la hija adoptiva de José Donoso. Los fantasmas del pasado, la incertidumbre y la soledad la vencieron a los 44 años de su edad. Al propósito de su deceso, desde Washington, Álvaro Vargas Llosa rememora los días de infancia junto a Pilar en Barcelona.
ÉRAMOS EL MINI “BOOM”
Por Álvaro Vargas Llosa
No hay acto más valeroso que suicidarse. Hace falta para ello un coraje aun mayor que el que exige escribir –mejor dicho: publicar— un libro como “Correr el tupido velo”. Nunca entendí por qué a las personas que se quitan la vida se las llama “cobardes” y se dice de ellas que “se evaden”, que son incapaces de enfrentar la realidad. Es exactamente al revés: sólo el cobarde sigue viviendo una vida que no le interesa vivir porque no se atreve a ponerle fin. Podremos decir del que se mata que es egoísta, sobre todo si tiene hijos menores, y quizá, estirando la liga, hasta cruel. Pero nunca cobarde.
Pilar Donoso ha decidido que la carrera literaria que había iniciado con maestría hace menos de dos años, y que tantos críticos y escritores le habían celebrado con elogios dictados por cualquier cosa menos compromiso, no es una promesa lo suficientemente atractiva como para seguir aferrada a la vida. Ha decidido que sus tres hijos, a los que dedicó su libro en un acto de amor comparable al que declaró por su padre con el mero hecho de escribirlo, no podrán nunca curar la herida existencial que por lo visto “Correr el tupido velo”, en lugar de cerrar, abrió todavía más. Y ha decidido también, en vista de que no pudo localizar a sus padres biológicos, que las raíces más poderosas de su tronco se las llevaron sus padres adoptivos al morir. Y ahora ha vuelto a ellas.
Que esté enterrada en Zapallar junto a Pepe y María Pilar es una metáfora de la re-unión de los tres luego de unos años de separación. Sólo que esta prolongación metafísica del hogar de los Donoso –de Pepe, María Pilar y Pilar, juntos- no tendrá una Pilarcita que lo cuente todo y tan bien. Todo lo que ocurra en las paredes de ese hogar re-unido será de ahora en adelante un secreto: desde la muerte no se escriben diarios ni biografías ni testimonios.
Cuando leí su libro, el año pasado, le puse unas líneas. No habíamos tenido contacto desde hacía muchísimo tiempo. La última vez había sido durante un viaje mío a Santiago por trabajo, ni siquiera recuerdo con exactitud qué año. Le dije que “Correr el tupido velo” me había perturbado, que era un libro sobre ella más que sobre su padre, que me había devuelto a mi infancia barcelonesa y que me gustaría algún día hacer un libro equivalente sobre mi padre.
Tardó algunos días en responder. Eso y el tono de la respuesta me parecieron denotar una cierta inseguridad, como si dudara. ¿De qué? No lo sé, pero imagino que le era mucho menos fácil que a mí recordar aquellos años de infancia compartida. Intercambiamos algunos e-mails y quedamos en vernos. Pero no me transmitía mucha naturalidad. Se notaba que le costaba intimar conmigo. Me escribió un tiempo después, cuando leyó el artículo de mi padre sobre su libro, para pedirme un correo electrónico a fin de agradecérselo. Algo había cambiado: parecía haber bajado un poco más la guardia y sentirse un poco más cómoda. Pero nunca más retomamos el diálogo virtual. Temía que insistir podía incomodarla y pensé que en un próximo viaje a Santiago la vería, y que tal vez cara a cara todo sería más fácil. En cualquier caso, había dialogado intensamente con ella mientras leía cada página de su libro. Un descanso no haría daño.
Pilar –o, como le decían siempre, la Pilarcita— es una de las imágenes mas nítidas que tengo de Barcelona, donde viví de 1970 a 1974, es decir desde los cuatro hasta los ocho años. De los otros hijos de escritores latinoamericanos afincados por entonces en la capital catalana, tengo recuerdos bastante menos prolongados que de ella. De Rodrigo y Gonzalo, hijos de García Márquez, recuerdo la casa, no muy lejos de donde vivíamos nosotros en la calle Ossio, y una escena en la que yo les pregunto, mientras vemos una pelea de box, por qué hablan de “asaltos” para describir los “rounds” del pugilato si nadie está siendo asaltado. De ella, en cambio, no recuerdo escenas aisladas sino una época. Íbamos al cine, al circo y a los títeres; a veces mi hermano Gonzalo y yo la visitábamos en su casa de Calaceite, en la provincia aragonesa de Teruel; con alguna frecuencia, cuando nuestros padres viajaban, nos dejaban a ella y a nosotros en el parvulario Pedralbes, donde recogíamos piñones y buscábamos en cada esquina a los hijos de Johan Cruyff, por entonces la super estrella del Barcelona FC, de quien se decía que alguna vez había enviado a sus hijos a ese lugar por unos días.
Ella dice que nuestros juegos eran inocentes. Yo no estoy tan seguro. Pero sí estoy casi seguro de que fue la única etapa más o menos feliz de su vida. Quizá por eso le costaba, casi cuatro décadas después, recordarla con naturalidad y compartir el recuerdo con otro protagonista. Dice en su libro que éramos el mini “boom”. Tal vez éramos algo así como la argamasa que mantenía más o menos unida a la tribu del “boom” porque los hijos no teníamos conciencia política ni literaria, ni rivalidades ni presiones externas que nos fueran separando poco a poco: sólo una vaga noción de que los libros eran objetos graves y severos, de que nuestros mayores hablaban mucho de países lejanos, de que cuando se mencionaban ciertas cosas, a un tal Franco por ejemplo, se bajaba un poco la voz, y de que había un lugar llamado Francia al que constantemente había que planear ir aunque no fuésemos tanto.
Todavía no sabíamos que lo primero se llamaba literatura, y no tenía siempre que ser grave y severo; que lo segundo se llamaba exilio y que sin esa distancia no habría existido la literatura latinoamericana (en el supuesto de que tal cosa exista) sino literaturas nacionales; que lo tercero se llamaba dictadura y que lo cuarto se llamaba Europa y libertad, y empezaba al otro lado de la frontera, no muy lejos de Barcelona. Pero estas cuatro experiencias determinantes de la generación literaria que llamaban “boom” –la literatura, el exilio, la dictadura y la libertad— ya eran parte de nuestra propia formación y marcarían para siempre nuestra forma de ver las cosas y de relacionarnos con los demás cuando creciéramos.
Cuando crecí sólo un poco más y supe que “Casa de campo”, una de las mejores obras de Pepe Donoso, había partido de una imagen que me concernía –mi hermano y yo jugando con Pilar en su casa de Calaceite—, inicié un fantaseo juguetón que duró algunos años. Nos imaginaba a los tres como parte de los treinta y cinco primos a los que los adultos de la historia dejan en la mansión. En lugar de que los sirvientes, que según los entendidos simbolizaban a los militares al servicio de los adultos, o sea de la oligarquía, acabaran haciéndose con el control de todo tras el interregno de los nativos, nosotros nos apoderábamos del lugar y le prendíamos fuego a la casa. A veces, la fantasía consistía más bien en imaginar que éramos como Miles y Flora, los niños de “Otra vuelta de tuerca”, la novela breve de Henry James, y atraíamos hacia la mansión toda clase de fantasmas para vengarnos de los adultos.
Algo similar me sucedía con “El obsceno pájaro de la noche”: era irresistible la tentación de introducirnos clandestinamente –mi hermano Gonzalo, Pilar y yo— en La Rinconada y dejar a los monstruos en libertad para que, sueltos por la ciudad, pusieran a correr despavorido a medio mundo; o de hacer algo parecido con las viejas raras de la Casa de los Ejercicios Espirituales. Quizá imaginaba estas cosas porque había aprendido desde chico que el oficio de nuestros padres era básicamente hacer travesuras poniendo las cosas de cabeza: bajar a los de arriba, subir a los de abajo, volver feo lo bonito y bonito lo feo, y contar chismes con palabras difíciles.
En mi casa nunca oí hablar mal de los padres de Pilar, incluso cuando se hablaba de sus neurosis y delirios. Eso permitió que la distancia física, cuando cada uno tomó su rumbo, no fuera insalvable para mantener los buenos recuerdos y el afecto. Leí, a lo largo de los años, mucho de lo que Pepe Donoso escribió. Siempre que lo hacía, las imágenes de Pilar me volvían a la mente. Se lo dije cuando la vi en Santiago, siendo ambos treintones. No me contó entonces que quería escribir, sólo que leía. Me habló de los libros de su padre de una forma algo impersonal. Nada permitía sospechar que había en ella una vocación literaria o, lo que es parecido, un desarreglo emocional o psicológico que exigía una expresión artística. Era algo melancólica y muy guapa, y disimulaba bien lo mucho que debía sufrir. Hoy sabemos que ese hogar había sido un infierno y un paraíso al mismo tiempo, y que el asunto de su identidad no lo tenía tan asumido como parecía. Debo ser muy insensible o muy tonto, pero no noté la herida que evidentemente llevaba abierta.
Tuvieron que pasar años, y sobre todo la muerte del padre y la madre, para que Pilar se decidiera a liberar a la genio que llevaba atrapada en la botella. Quizá el “shock” brutal de los papeles de su padre, cuya lectura y estudio le tomó años y son una de las varias materias primas de su libro, resultó determinante para disparar en ella una vocación de poner palabras por escrito. Pero no creo que el encontronazo con esos diarios basten para explicarlo todo, pues el libro es mucho más que una recopilación inteligentemente editada de los papeles del padre. Es una reconstrucción y al mismo tiempo una creación que se apoya en muchas cosas. Tan importante o más que los fragmentos de diario y las cartas es la percepción que ella aporta y la forma en que organiza el material para transmitir lo que quiere transmitir. Y eso es el resultado de una sensibilidad que muchos años de experiencias, observaciones, lecturas y conversaciones, así como de infelicidad y momentos mejores, habían ido formando. Por eso le dije, el año pasado, que a mi juicio no era un libro sobre su padre sino sobre ella.
Estamos acostumbrados, en estos tiempos de globalización, a ser ciudadanos del mundo, o al menos a pensar que lo somos. Pilar, a primera vista, lo era. Había vivido en distintos lugares, era hija de un matrimonio altamente cosmopolita y hasta su forma de hablar, en parte chilena y en parte española, tenía el acento de lo mixto. Y, sin embargo, hoy es fácil ver que, al menos en su caso, no siempre basta la ciudadanía del mundo para tener un sentido de pertenencia. Ella, al menos, necesitaba pertenecer a algo más pequeño y asible. Algo que no estaba en España, país al que había decidido mudarse sin llegar a hacerlo y en el que había intentado sin éxito rastrear a sus padres biológicos, ni en Chile, donde no acababa de sentirse a gusto y donde acaso la hostilidad de un sector de su familia le dificultaba en los últimos tiempos la idea de permanecer para siempre.
Lo que le daba el sentido de pertenencia era, evidentemente, la compleja, misteriosa y tóxica trinidad que ella constituía con Pepe y María Pilar, y que la muerte de éstos se había llevado para siempre. Sin ellos, por muy ciudadana del mundo que fuera, estaba perdida. De allí que su suicidio sea cualquier cosa menos un escape: más bien un re-encuentro, un regreso al lugar de pertenencia. Es la única conclusión a la que se puede llegar habiendo leído su libro.
Ojalá que sus hijos, a quienes no conozco, no crezcan guardándole rencor por haberse ido de este modo, y ojalá que a nadie se le ocurra intentar inculcarles esa idea. Lo que deben saber de ella es que los quiso mucho, que escribió un libro del carajo, que tuvo más valor del que tenemos casi todos los demás y que un buen día se fue al lugar al que pertenecía.
Artículo publicado en la sección “Reportajes” de “La Tercera” de Chile