En esta oportunidad les ofrezco un suceso que constituye un hito de la historia literaria de nuestro país, que involucra a uno de los titanes de la literatura peruana e hispanoamericana, José Santos Chocano y a un joven escritor, por muchos tal vez desconocido hasta la actualidad, Edwin Elmore Letts. La polémica desbordó los linderos de la literatura hasta llegar a la muerte de uno de los protagonistas. A continuación les dejo con un breve repaso de los hechos, a los cuales agrego la correspondencia entre ambos personajes, y algunas noticias de diarios de la época que dan cuenta de los sucesos.
RECUENTO DE UNA TRAGEDIA
Hasta aquí la polémica, aunque teñida de un violentísimo carácter personal. En el Perú, la causa de Vasconcelos mereció desde el primer momento la adhesión de un numeroso grupo de intelectuales jóvenes. Para estos escritores el mexicano había dicho la verdad al calificar como lo hizo a Chocano. Entre estos jóvenes se encontraban J.C. Mariátegui, Luis Berninzone (quien después sería secretario de Chocano), Luis Alberto Sánchez, Manuel Beltroy, Carlos Manuel Cox y Edwin Elmore.
Hasta que el 31 de octubre de 1925 los caminos de “el cantor de América” y de Edwin Elmore Letts se entrecruzaron. Edwin fue hijo del ingeniero Teodoro Elmore, quien colocó las minas que debían proteger Arica el 7 de junio de 1880. El joven escritor había estudiado en Europa y estaba de regreso en el Perú. No le gustaba la poesía de Chocano, lo criticó públicamente además de aunarse a la defensa Vasconcelos. Ante “tamaño atrevimiento”, Chocano lo llamó por teléfono y le dijo: “¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?”. Elmore le replicó: “Eso no se atrevería a decírmelo usted cara a cara”. Luego, el joven poeta escribió una violenta carta contra Chocano y se dirigió a El Comercio para que se la publicaran. Ambos se encontraron en el salón principal de dicho diario, Elmore abofeteó al poeta desatándose así el encontronazo. Según Héctor López Martínez: “... las personas que presenciaron este lance no tuvieron tiempo de intervenir. De improviso el señor Chocano, que había logrado desasirse de su contendor –decía El Comercio– extrajo un revólver del bolsillo. En esos momentos, el señor Elmore dio unos pasos atrás, hasta llegar a la pared de la subdirección y la reja interior que da salida al vestíbulo. Allí se detuvo a unos tres o cuatro metros del señor Chocano. Partió el tiro: el señor Elmore se llevó ambas manos al lado izquierdo del abdomen y, después de unos segundos de vacilación, salió andando de la imprenta a la calle. Al atravesar la reja se cogió de ella, para no caer”. Fue trasladado herido al Hospital Italiano. Se le diagnosticó hemorragia interna, por lo que fue intervenido quirúrgicamente, pero falleció el 2 de noviembre. Dejando viuda a su esposa embarazada, quien poco tiempo después diera a luz al único hijo del matrimonio. Mientras que Chocano fue detenido unas horas en la carceleta; pero después, por cólicos hepáticos es trasladado al Hospital Militar San Bartolomé durante seis meses después el Congreso lo indulta.
CARTA DE JOSÉ SANTOS CHOCANO
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El Noroeste. Diario democrático independiente
Gijón, domingo 22 de noviembre de 1925La muerte del escritor Elmore por el poeta Santos Chocano
El artículo de Vasconcelos que dio origen a la tragedia
Lo que pasó en Lima
Por qué mató Santos Chocano a Edwin Elmore
Un puñetazo y un tiro
El Sol
Madrid, miércoles 2 de diciembre de 1925José Vasconcelos
El trágico fin de Edwin Elmore
Milán, noviembre 1925.
La Libertad
Madrid, miércoles 8 de septiembre de 1926Luis Jiménez de Asúa
El crimen de Lima
Una noticia breve
Antecedentes
Edwin Elmore
Santos Chocano
Luis Jiménez de Asúa
La muerte de Edwin Elmore
Chocano, homicida
El crimen
El sumario y la sentencia
Crítica científica
RECUENTO DE UNA TRAGEDIA
En un folleto de 1922, titulado Apuntes sobre las dictaduras organizadoras, Chocano sustenta que las dictaduras son positivas porque permiten reestructurar al Estado y a la sociedad, al mismo tiempo que ayudan a eliminar a las oligarquías dominantes. Sus postulados le valieron las simpatías de intelectuales tan prestigiosos como la del argentino Leopoldo Lugones, quien anunció que había llegado para América Latina “la hora de la espada”.
Fueron estas ideas las que ocasionaron los disgustos y reprimendas de Vasconcelos contra Chocano. Aquél, opuesto totalmente a las tesis del peruano, en su artículo “Poetas y bufones” hizo la siguiente y terrible acusación: al caerse la lira del poeta se podían ver los cascabeles del bufón, aludiendo a las colaboraciones de Chocano con algunas dictaduras latinoamericanas. Por su parte, “Aladino” —apelativo de Chocano—, quien no se distinguía por sus delicadas formas precisamente, replicó al mexicano en su artículo “Apóstoles y farsantes” acusándolo de “farsante”.Hasta aquí la polémica, aunque teñida de un violentísimo carácter personal. En el Perú, la causa de Vasconcelos mereció desde el primer momento la adhesión de un numeroso grupo de intelectuales jóvenes. Para estos escritores el mexicano había dicho la verdad al calificar como lo hizo a Chocano. Entre estos jóvenes se encontraban J.C. Mariátegui, Luis Berninzone (quien después sería secretario de Chocano), Luis Alberto Sánchez, Manuel Beltroy, Carlos Manuel Cox y Edwin Elmore.
Hasta que el 31 de octubre de 1925 los caminos de “el cantor de América” y de Edwin Elmore Letts se entrecruzaron. Edwin fue hijo del ingeniero Teodoro Elmore, quien colocó las minas que debían proteger Arica el 7 de junio de 1880. El joven escritor había estudiado en Europa y estaba de regreso en el Perú. No le gustaba la poesía de Chocano, lo criticó públicamente además de aunarse a la defensa Vasconcelos. Ante “tamaño atrevimiento”, Chocano lo llamó por teléfono y le dijo: “¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?”. Elmore le replicó: “Eso no se atrevería a decírmelo usted cara a cara”. Luego, el joven poeta escribió una violenta carta contra Chocano y se dirigió a El Comercio para que se la publicaran. Ambos se encontraron en el salón principal de dicho diario, Elmore abofeteó al poeta desatándose así el encontronazo. Según Héctor López Martínez: “... las personas que presenciaron este lance no tuvieron tiempo de intervenir. De improviso el señor Chocano, que había logrado desasirse de su contendor –decía El Comercio– extrajo un revólver del bolsillo. En esos momentos, el señor Elmore dio unos pasos atrás, hasta llegar a la pared de la subdirección y la reja interior que da salida al vestíbulo. Allí se detuvo a unos tres o cuatro metros del señor Chocano. Partió el tiro: el señor Elmore se llevó ambas manos al lado izquierdo del abdomen y, después de unos segundos de vacilación, salió andando de la imprenta a la calle. Al atravesar la reja se cogió de ella, para no caer”. Fue trasladado herido al Hospital Italiano. Se le diagnosticó hemorragia interna, por lo que fue intervenido quirúrgicamente, pero falleció el 2 de noviembre. Dejando viuda a su esposa embarazada, quien poco tiempo después diera a luz al único hijo del matrimonio. Mientras que Chocano fue detenido unas horas en la carceleta; pero después, por cólicos hepáticos es trasladado al Hospital Militar San Bartolomé durante seis meses después el Congreso lo indulta.
CARTA DE JOSÉ SANTOS CHOCANO
Ciudad, 31 de octubre de 1925.
Edwin Elmore.
E. P. M.{1}
Desgraciado joven:
Aunque no tiene usted la culpa de haber sido engendrado por un traidor a su patria, tengo el derecho de creer que los chilenos han pagado a usted para insultarme, como pagaron a su padre para que denunciara las minas que defendieron el Morro de Arica. Si a todos los peruanos les es esto familiar, a mí especialmente por mi condición de autor de «La Epopeya del Morro». Vive usted ahora del dinero que le produjo al padre suyo la infamia que cometió, y de él se vale para hacer «paseítos» en busca del artificio de un prestigio de «corre-ve-y-dile» de afectismos explotadores y fraternidades imposibles entre verdugos y víctimas, como Chile y el Perú.
Fue usted uno de los primeros en venir a adularme en cuanto volví al Perú. Hasta se propuso poner en práctica fórmula que redactó, que me consultó y que nadie aceptó, porque sus mismos compañeros lo tenían en ridículo, con excepción de quien como el amariconado Beltroy –otro adulador mío– es más ridículo todavía si cabe.
Pequeños farsantes todos ustedes. ¡Generación de cucarachas brotadas en el estercolero de la oligarquía civilista! El jefe –el paparruchero y charlatán Belaunde–, hijo de un defraudador de la Hacienda Pública. Usted, hijo de un traidor a su patria. El Beltroy, hijo de padres desconocidos, representan ustedes la hez de los intelectualizantes de este país, que necesitaría tener para una semana en el Gobierno no a una amable persona, sino a un Hombre, justiciero como yo, que acabaría sin piedad con la «raza de víboras» que sienten en sus venas correr el lodo en que se encharcaron sus padres.
Debe usted a Clemente Palma la vida, porque si sale publicado su articulejo de mayordomo o cochero de los que algún valor personal o intelectual siquiera tienen, le hubiese yo sin el menor reparo destapado los sesos, con la misma tranquilidad con que se aplasta una cucaracha metamorfoseada en alacrán. Ni usted ni nadie me conoce aquí todavía en la debida forma. ¡Ojalá me brindase usted, desgraciado joven, esa oportunidad!
Miserable y cobarde es el que como usted no sería capaz de dirigir y publicar esos insultos soeces al hombre que está en el Poder. Pregúntele usted, digno hijo del traidor de Arica, a la misma hija del Mariscal Cáceres (ante cuyo recuerdo me arrodillo hoy), como yo, si dirigía y publicaba insultos contra quien si debía yo respetar no tenía en cambio miedo; fenómeno animal que ha heredado usted también de su padre. Generación de simples charlatanes que son incapaces de hacer con Leguía –hombre civil– lo que hacíamos los Hombres de mi generación con un militar formidable como era el Héroe de la Breña.
Entienda usted que si no se apresura a escribirme dándome plena satisfacción, seré yo el que publique esta carta –cuya copia me reservo–, y cuando le encuentre le escupiré la cara, para que si osa levantarme la mano destaparle los sesos. ¡Un peruano por quien un Rey, diez Gobiernos y tres Congresos se interesan, insultado por el hijo del traidor de Arica! Miserable. Como he aplastado a Vasconcelos te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo para usted no podría ser sino su Patrón.
Fue usted uno de los primeros en venir a adularme en cuanto volví al Perú. Hasta se propuso poner en práctica fórmula que redactó, que me consultó y que nadie aceptó, porque sus mismos compañeros lo tenían en ridículo, con excepción de quien como el amariconado Beltroy –otro adulador mío– es más ridículo todavía si cabe.
Pequeños farsantes todos ustedes. ¡Generación de cucarachas brotadas en el estercolero de la oligarquía civilista! El jefe –el paparruchero y charlatán Belaunde–, hijo de un defraudador de la Hacienda Pública. Usted, hijo de un traidor a su patria. El Beltroy, hijo de padres desconocidos, representan ustedes la hez de los intelectualizantes de este país, que necesitaría tener para una semana en el Gobierno no a una amable persona, sino a un Hombre, justiciero como yo, que acabaría sin piedad con la «raza de víboras» que sienten en sus venas correr el lodo en que se encharcaron sus padres.
Debe usted a Clemente Palma la vida, porque si sale publicado su articulejo de mayordomo o cochero de los que algún valor personal o intelectual siquiera tienen, le hubiese yo sin el menor reparo destapado los sesos, con la misma tranquilidad con que se aplasta una cucaracha metamorfoseada en alacrán. Ni usted ni nadie me conoce aquí todavía en la debida forma. ¡Ojalá me brindase usted, desgraciado joven, esa oportunidad!
Miserable y cobarde es el que como usted no sería capaz de dirigir y publicar esos insultos soeces al hombre que está en el Poder. Pregúntele usted, digno hijo del traidor de Arica, a la misma hija del Mariscal Cáceres (ante cuyo recuerdo me arrodillo hoy), como yo, si dirigía y publicaba insultos contra quien si debía yo respetar no tenía en cambio miedo; fenómeno animal que ha heredado usted también de su padre. Generación de simples charlatanes que son incapaces de hacer con Leguía –hombre civil– lo que hacíamos los Hombres de mi generación con un militar formidable como era el Héroe de la Breña.
Entienda usted que si no se apresura a escribirme dándome plena satisfacción, seré yo el que publique esta carta –cuya copia me reservo–, y cuando le encuentre le escupiré la cara, para que si osa levantarme la mano destaparle los sesos. ¡Un peruano por quien un Rey, diez Gobiernos y tres Congresos se interesan, insultado por el hijo del traidor de Arica! Miserable. Como he aplastado a Vasconcelos te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo para usted no podría ser sino su Patrón.
J. S. Chocano.
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{1} Estas iniciales quieren decir: en propias manos, pues el sobre tenía borrado el nombre de M. Beltroy, a quien se pensó entregar primero la carta que a las cuatro de la tarde se puso en correo expreso.
A esta carta contestó el mismo día 31 de octubre Edwin Elmore en los siguientes términos:
«Sr. José Santos Chocano.
Hace pocos momentos ha cometido usted la villanía de preguntarme por teléfono –poniéndose así a cautelosa distancia– si soy hijo de D. Teodoro Elmore, calificándolo usted de «traidor de Arica», dando así una prueba de ignorancia de la historia patria y de miseria espiritual muy grande.
Ha pretendido usted vengarse de la defensa que he hecho del idealismo hispanoamericano y estúpidamente atacado por usted. En el Perú todos nos conocemos, y la conducta de mi padre ha sido juzgada honrosamente por propios y extraños. Precisamente en Arica fue donde el temple moral y las capacidades técnicas de mi padre –a tono con el espíritu de su época– se pusieron en evidencia, y sólo lo más bajo y ruin que hay en el alma humana pudo buscar en un hombre tan puro y valeroso como él la víctima propiciatoria de esa desgracia nacional.
El hombre es responsable de sus actos, y si descendiera a juzgar los de usted demostraría a los pocos que aún lo ignoran que usted en sus actos públicos y privados se ha conducido siempre como un perfecto miserable.
Y advierto a usted que no le he pegado de sopapos por despreciarle demasiado y que si usted en cualquier forma se dirigiera a mí en el lugar en donde le hallare le escupiré a la cara.
Ha pretendido usted vengarse de la defensa que he hecho del idealismo hispanoamericano y estúpidamente atacado por usted. En el Perú todos nos conocemos, y la conducta de mi padre ha sido juzgada honrosamente por propios y extraños. Precisamente en Arica fue donde el temple moral y las capacidades técnicas de mi padre –a tono con el espíritu de su época– se pusieron en evidencia, y sólo lo más bajo y ruin que hay en el alma humana pudo buscar en un hombre tan puro y valeroso como él la víctima propiciatoria de esa desgracia nacional.
El hombre es responsable de sus actos, y si descendiera a juzgar los de usted demostraría a los pocos que aún lo ignoran que usted en sus actos públicos y privados se ha conducido siempre como un perfecto miserable.
Y advierto a usted que no le he pegado de sopapos por despreciarle demasiado y que si usted en cualquier forma se dirigiera a mí en el lugar en donde le hallare le escupiré a la cara.
(Firmado: Edwin Elmore.)
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{1} En la guerra chileno-peruana, terminada el año 1880 con la pérdida de los territorios de Tacna y Arica por el Perú, se acusó al padre de Elmore de traición a la patria.
El Sol
Madrid, miércoles 18 de noviembre de 1925
Por qué mató Santos Chocano
La víctima no fue Quesada, sino Elmore
Hemos podido adquirir informes merced a los cuales se puede reconstruir el sangriento suceso que tuvo por protagonista al ilustre poeta José Santos Chocano. Al mismo tiempo conviene rectificar algunos datos que las Agencias facilitaron erróneamente, y uno de ellos –el más importante–el de la víctima. No fue el director de El Comercio, Sr. Miró Quesada, como en un principio se aseguró, sino el publicista Edwin Elmore, a quien se conoce en España por su intervención en la propaganda a favor de un proyectado Congreso de Trabajadores Intelectuales de habla española, del que recordarán nuestros lectores por la impugnación que hizo en una carta famosa D. Leopoldo Lugones.
En el suceso interviene una nueva figura no menos conocida en España: José Vasconcelos. He aquí la versión que una Agencia americana hace en los periódicos cubanos:
«En la Prensa de Ciudad de México y de Lima han aparecido cartas acerca de las doctrinas y escritos de José Vasconcelos, educador mexicano y ex ministro de Instrucción pública. Vasconcelos atacó a Chocano en los periódicos de Ciudad de México, mientras Chocano hacía lo mismo con Vasconcelos en los periódicos de Lima.
El ex ministro mexicano tenía muchos defensores en esta capital entre los estudiantes de la Universidad y los escritores, figurando en primer lugar Elmore. Esto fue causa de que Chocano parara su atención en Elmore y que entre ambos se suscitara una acalorada controversia, que terminó con el sangriento suceso.»
Los informes particulares a que antes nos referíamos nos permiten ampliar esta referencia.
«El Universal» de Méjico publicó un artículo del Sr. Vasconcelos titulado «Poetas y bufones» en que hacía apreciaciones sobre Santos Chocano y Lugones, a propósito del discurso que este último pronunció en el centenario de Ayacucho declarándose partidario del régimen militarista como forma de gobierno, e interpretando personalmente la amistad que entre el poeta peruano y el Presidente del Perú, Sr. Leguía, existe. Poco después, en otro artículo, el señor Vasconcelos se mostraba partidario de que Tacna y Arica le fueran entregadas a Chile, «por creer a este país mejor preparado para la dirección y gobierno». Estos escritos fueron reproducidos; el primero en «La Crónica» –antiguo diario que dirigen los sucesores de D. Ricardo Palma– con unas notas de redacción en las que se dolían de que el Sr. Vasconcelos juzgara equivocadamente una cuestión tan delicada. El segundo lo insertó «La Prensa». El Sr. Santos Chocano contestó al ex ministro mejicano en un artículo que remitió a «La Crónica», de Lima, y a «El Universal», de Méjico.
Edwin Elmore terció en la polémica defendiendo a D. José Vasconcelos y atacando violentamente a Santos Chocano, quien hubo de contestar en forma análoga. El artículo en que Chocano respondió a Vasconcelos se titulaba «Apóstoles y farsantes», y aunque estaba concebido en duros términos, guardábanse las formas del decoro, lo mismo que en el del pedagogo mejicano. La polémica entre Elmore y el ilustre poeta derivó a lo personal e íntimo, y al hallarse ambos en la puerta de la casa donde «El Comercio» tiene su redacción, Edwin Elmore se abalanzó sobre Chocano y le agredió a puñetazos. El poeta hizo un disparo de revolver sobre su agresor, quien recibió una herida mortal en el vientre.
El Sr. Elmore era un joven escritor, de treinta y tres años, muy conocido por sus frecuentes campañas en favor del ideal hispanoamericano. La polémica que hace algún tiempo suscitó la carta dirigida por Leopoldo Lugones a don Nicolás M.ª de Urgoiti le brindó ocasión de insistir en sus briosas campaña, que eran, por otra parte, muy celebradas entre los jóvenes universitarios del Perú.
El Noroeste. Diario democrático independiente
Gijón, domingo 22 de noviembre de 1925
La muerte del escritor Elmore por el poeta Santos Chocano
El artículo de Vasconcelos que dio origen a la tragedia
Dado el interés que ha despertado en España la tragedia desarrollada en el Perú, en la que el poeta Santos Chocano mató al gran publicista Edwin Elmore, creemos oportuno reproducir el artículo que el ilustre exministro mejicano, nuestro huésped de hace meses, publicó en la revista platense «Sagitario», y que dio origen a la sangrienta escena peruana. He aquí el artículo:
Poetas y bufones
La diferencia es tan antigua como la simulación. Los verdaderos poetas, los grandes trágicos Esquilo y Sófocles fueron hombres y fueron rebeldes, y para qué hacer una lista muy larga si en todas las literaturas ha habido poetas sinceros al mismo tiempo que bufones y retóricos, simuladores de la poesía? Nuestra América ha dado también los dos géneros de poetas; unos cuantos poetas de verdad y varios centenares de retóricos en verso. De los huecos lugares comunes elegantes de esta última casta, no quedará en veinte años ni el recuerdo, pero en el instante presente todavía pueden causar daño y esto hay que evitarlo mediante un saneamiento rápido, severo, inmisericorde. Nos referimos en particular a Lugones porque ya de Chocano no es menester ocuparse. Chocano dejó en Méjico las páginas más brillantes de su vida; aquí se hizo verbo de la nobilísima revolución contra Victoriano Huerta; sus arengas se leían por la noche en los campamentos en las esperas prolongadas del vivac; las sabía de memoria la oficialidad y se recitaban antes y después de los combates. Posteriormente se le criticó porque Villa le dio algún dinero, como si Villa y Carranza y todos los que no dan lo suyo no hubiesen colmado de dinero a otros, menos merecedores, que Chocano. Lo grave es que ya desde aquí comenzó Chocano a enseñar el cobre, a perder el barniz de poeta, para dejar al descubierto el lacayo; pues Chocano que estuvo muy bien alabando a Villa cuando vencía a los ejércitos de la dictadura, cometió después el crimen de adular a Villa asesino y tirano. Perdió la partida su amo reciente, y entonces Chocano, ya sin freno ni pudor se fue a cortejar a Estrada Cabrera, la víspera de que se derrumbara. Después de aquel fracaso, Chocano recorrió otros caminos todavía más sucios, pues creo que estuvo en Venezuela y finalmente se ha ido a juntar con el verdugo de su patria. Sólo dos hombres, ha dicho recientemente, sólo dos hombres de los que hoy viven, pasarán a la inmortalidad: Leguía y yo; esto revela al bufón. El poeta ya hace tiempo que se había perdido.
Pero que tiene que hacer en toda esta triste farsa el bueno de Lugones, el honrado Lugones, el delicado poeta Lugones. Está bien que los hijos de las barbaries militares claudiquen desde antes de nacer y se sometan al yugo y alaben la espada asesina, que los privó del hermano para que aun pueda cortar también la otra cabeza, la cabeza cantora. Pero Lugones, el poeta de la Argentina, el poeta de la civilización, ¡contagiado a última hora de los pavores de la cafrería!
Si las noticias no estuviesen plenamente confirmadas, si no hubiésemos leído en «La Nación» el texto aprobado por Lugones, todavía estaríamos negando, por lealtad al amigo y admiración al poeta, la exactitud de sus declaraciones. Pero delante de la verdad, no hay más que un deber: proclamarla: ¡Duele, pero limpia! También Lugones, que ha podido ser poeta, se ha convertido en bufón. Su caso es más grave porque no le asiste ni la excusa de la necesidad. Lugones es hombre honesto que no tiene trampas que cubrir ni dilapida fortunas en vanidades tontas, ni depende de un país esclavizado. Lugones tiene su presupuesto cómodamente cubierto y disfruta de toda la consideración de un pueblo que respeta y recompensa el pensamiento libre. Lugones no procede como Chocano, impulsado por el afán de placeres, su caso es tal vez más lamentable, porque sólo los explica una predisposición de temperamento; quizás ya estaba en su sangre no ser de los que se yerguen para lanzar el rayo, sino de los que abaten desde que el relámpago tiembla en la altura.
Hemos perdido un poeta y hemos ganado un bufón, eso es todo y no hay de qué alarmarse, jóvenes amigos de la Argentina que me pedís unas palabras de censura para «el mal hombre». Vosotros sabéis mejor que yo, que Lugones es un buen hombre, cultísimo, de trato fino y agradable y dotado de una inteligencia que cautiva cuando no deslumbra. No es un mal hombre; lo que pasa es que no es un hombre, es un retórico, y el retórico, a semejanza del bufón, es capaz de sacrificar una situación o una tesis por darse el gusto de hacer una frase, tal y como el bufón arriesga a veces el puntapié a cambio de soltar un buen chiste. Lugones se ha puesto así, porque ustedes han querido tomarlo en serio, en actividades ajenas a su don retórico con musiquita. A Lugones lo han llamado genio congéneres suyos que se emborrachan de rima y se dejan subyugar del mero ritmo, como los osos alrededor del organillo. Cuando se pretende que eso es el arte, las sociedades se encogen de hombros y ríen. En cambio, cuando aparece un artista de verdad, un poeta auténtico, generalmente lo cuelgan porque estorba el funcionamiento normal de la iniquidad. La suerte de Lugones y la suerte de Chocano nos confirman que ambos son del género divertido, no del género trágico. Son nada más que bufones, no llegan a ser, según escribe desde Buenos Aires un amigo indignado: «traidores a la humanidad». No son nada más que los bufones de la sangrienta mascarada de América. Atended a lo que dice el bufón más reciente, el expoeta Lugones, que no pudiendo hallar eco en su noble y civilizada patria, se ha tenido que ir a las cortes de Caín, para ganar aplausos de esclavos y favores de dictadorzuelos-hombrecillos poderosos de su región, pero que no tienen ni nombre, porque hasta sus nombres se olvidaron en el mismo instante en que otro golpe de fortuna los despoja del mando: «El pacifismo, declara Lugones, no es más que el culto del miedo o la añagaza de la conquista roja», «sólo hay cuatro valores elementales y todos ellos proceden de la fuerza que se manifiesta en el arrojo y el valor». Muy valientes todos estos caudillos de espada, pero que nunca caminan si no van rodeados de escoltas, pues lo que ellos practican no es el valor, sino el derecho de «madrugar»; es decir, de matar primero al contrario. Lugones tiene la excusa de que no sabe de estos valores, porque siempre ha vivido en la civilizada Argentina. El conoce los episodios de la fuerza sólo en los poemas de Homero. Si viese a su gente subyugada por los degolladores, quizá no sería tan vil como Chocano, que ayudó con sus consejos a los asesinos de Guatemala, para que las ametralladoras hicieran más efecto en la ciudad que se rebelase después de veinte años de ignominia. Lugones conoce la guerra en los libros y sólo porque no la ha visto de cerca puede afirmar eso de «ha sonado para bien del mundo la hora de la espada.» Podría decírsele que no opinaba de esa manera cuando se sumó a las filas aliadófilas para combatir la espada conquistadora de Guillermo II, pero no vale discutir esta clase de afirmaciones que los hechos mismos se encargan de echar por tierra. La respuesta inexorable de los hechos se la han dado a Lugones los mismos militares de Chile, que, convencidos de su error, en vez de seguir blandiendo la espada, han devuelto el poder al civil Alessandri, el hombre de pensamiento, no el hombre de instinto. Lugones habló en Chile seducido por el éxito momentáneo de una asonada militar; le pagarían nada más con un banquete, pero él llegó a Buenos Aires muy ufano a proclamar en las columnas de «La Nación», que los militares de Chile opinaron al revés de Lugones, volviendo a instalar en el poder a esos malos civiles. Cuando Lugones habló, los civiles eran lo peor de Chile, simplemente porque habían perdido y los temperamentos cobardes solamente tienen delante un patrón y una idolatría: el éxito. Por eso están cambiando constantemente de señor. Afortunadamente el mundo no es tal como lo miran los pusilánimes, el mundo marcha a veces hacia adelante, como ha sucedido en Chile, hacia la libertad y la justicia, no hacia el crimen de la espada.
Yo sé que en la Argentina se ha desarrollado toda una campaña para desmentir y contrariar el pensamiento de Lugones, pero creo que la situación se exagera. A Lugones hay que calmarle los nervios atemorizados. Convénzasele de que la revolución social no lo privará de sus goces honestos, de su ropa nueva y de su hogar tranquilo, ni de sus veraneos en Mar del Plata, ni de los viajecitos periódicos a Europa y con eso bastará para que le pase la alarma. El ha oído pasar, desde algún balcón, alguna de las manifestaciones obreras de Buenos Aires, en las que no faltan gritos de: «abajo los burgueses», y él se ha sentido aludido y teme por su casita y sus comodidades, y se ha ido por el Perú y por Chile en busca de espada que contenga la demagogia: que discipline y someta a los revoltosos. El ya disfruta de justicia, disfruta de bienestar, ¡qué importa que los demás no lo alcancen! Vuélvanlo a su juicio diciéndole que la revolución social trae justicia para todos, aun para aquellos que no ayudaron a conquistarla.
Y no tomemos en cuenta lo que dice, porque padece de susto y esto es todo. –No se trata sino de un bufón asustado que se pone serio un instante y grita: «Amo mío, levante vuestra merced la espada, porque andan por allí unos malandrines que intentan quitarme mi jubón y mi pandero.» Un bufón de las letras grita asustado, eso es todo. La libertad sigue bregando.
José Vasconcelos
Méjico, 1925.
Méjico, 1925.
La Voz de Menorca, diario republicano
Mahón, miércoles 25 de noviembre de 1925
Mahón, miércoles 25 de noviembre de 1925
Lo que pasó en Lima
Por qué mató Santos Chocano a Edwin Elmore
Un puñetazo y un tiro
He aquí lo ocurrido en Lima con Santos Chocano, y que difiere de lo que comunicaron las agencias.
No fué el director de «El Comercio», señor Miró Quesada, como en un principio se aseguró, sino el publicista Edwin Elmore, a quien se conoce en España por su intervención en la propaganda a favor de un proyectado Congreso de trabajadores intelectuales de habla española.
En el suceso ha intervenido también don José Vasconcelos. He aquí lo que cuenta un diario cubano:
«En la Prensa de Ciudad de Méjico y de Lima han aparecido cartas acerca de las doctrinas y escritos de José Vasconcelos, educador mejicano y ex ministro de Instrucción Pública. Vasconcelos atacó a Chocano en los periódicos de Ciudad de Méjico, mientras Chocano hacía lo mismo con Vasconcelos en los periódicos de Lima.
El ex ministro mejicano tenía muchos defensores en esta capital entre los estudiantes de la Universidad y los escritores, figurando en primer lugar Elmore. Esto fué causa de que Chocano parara su atención en Elmore y que entre ambos se suscitara una acalorada controversia, que terminó con el sangriento suceso.»
Informes particulares nos permiten ampliar esta referencia.
«El Universal», de Méjico, publicó un artículo del señor Vasconcelos titulado «Poetas y bufones», en que hacía apreciaciones sobre Santos Chocano y Lugones a propósito del discurso que este último pronunció en el centenario de Ayacucho declarándose partidario del régimen militarista como forma de gobierno, e interpretando personalmente la amistad que entre el poeta peruano y el presidente del Perú, señor Leguía, existe. Poco después, en otro artículo, el señor Vasconcelos se mostraba partidario de que Tacna y Arica le fueran entregadas a Chile, «por creer a este país mejor preparado para la dirección y gobierno». Estos escritos fueron reproducidos, el primero en «La Crónica» –antiguo diario, que dirigen los sucesores de don Ricardo Palma–, con unas notas de la redacción, en las que se dolían de que el señor Vasconcelos juzgara equivocadamente una cuestión tan delicada. El segundo lo insertó «La Prensa». El señor Santos Chocano contestó al ex ministro mejicano en un artículo que remitió a «La Crónica», de Lima, y a «El Universal», de Méjico.
Edwin Elmore terció en la discusión en defensa de Vasconcelos y atacó a Santos Chocano. Este respondióle con violencia. El artículo en que Chocano respondió a Vasconcelos se titulaba «Apóstoles y farsantes», y aunque estaba concebido en duros términos, guardábanse las formas del decoro, lo mismo que en el del pedagogo mejicano. La polémica entre Elmore y el poeta derivó a lo personal e íntimo, y al hallarse ambos en la puerta de la casa donde «El Comercio» tiene su redacción, Edwin Elmore se abalanzó sobre Chocano y le agredió a puñetazos. El poeta hizo un disparo de revólver sobre su agresor, quien recibió una herida en el vientre mortal de necesidad.
El señor Elmore era un joven escritor, de treinta y tres años, muy conocido por sus frecuentes campañas a favor del ideal hispano americano. La polémica que hace algún tiempo suscitó una carta dirigida por Leopoldo Lugones a don Nicolás M.ª de Urgoiti dió ocasión de insistir en sus briosas campañas, que eran muy aplaudidas por la juventud universitaria peruana.
El Sol
Madrid, miércoles 2 de diciembre de 1925
José Vasconcelos
El trágico fin de Edwin Elmore
A requerimientos del eminente pensador y publicista mejicano D. José Vasconcelos publicamos la siguiente carta, que nos envía desde Milán.
Señor director de El Sol. Madrid.
Señor director de El Sol. Madrid.
Muy estimado y fino amigo: Regreso de un viaje por el cercano Oriente, que me ha tomado más de tres meses, durante los cuales no he recibido diarios de nuestra lengua. Por amabilidad de un amigo español he recibido, al llegar a ésta, recortes de ese diario a su muy digno cargo en los que se da cuenta del doloroso incidente en que perdió la vida uno de los más nobles espíritus de la América española: Edwin Elmore, soldado del ideal. Aparece de las mismas indicadas informaciones, y de otras que recibo de Méjico, que el matador fue el poeta Santos Chocano, y que la causa de la disputa se encuentra en ciertos artículos míos sobre el caso Chile-Perú. Comienza por llamarme la atención una cita en que se me hace decir que «Tacna y Arica deben ser entregados a Chile porque este país está mejor preparado para la dirección y gobierno». Se agrega que un artículo mío con estas frases fue reproducido por La Prensa, de Lima, y refutado por el Sr. Santos Chocano. Todo esto me parece una burda calumnia de ciertos elementos interesados en restarme simpatías entre el elemento liberal del Perú. Yo no he escrito en los últimos años una sola palabra sobre el caso Chile-Perú. Lo único que no me cansé de repetir en Chile y en todo lugar donde he estado, es «que me parece una vergüenza que el caso Chile-Perú se haya sometido al arbitraje de los Estados Unidos, cuando debió arreglarse directamente entre Chile y Perú o por mediación del Brasil, o de España, o de Argentina, o de Méjico; es decir, en familia. También he dicho que, «como chileno o como peruano, prefería perder esa provincia a deberlas a un laudo de Washington». Pero es apócrifo cualquier artículo en que se me haga aparecer diciendo que las provincias en disputa se deben entregar a Chile. Y todavía resulta aún más extravagante el motivo, que según la falsa información a que aludo, serviría de base a mi alegación: «el de que Chile esté bien preparado para gobernar esas provincias». ¿Cómo se me puede atribuir esta declaración si justamente los que me la atribuyen me han censurado porque he atacado al militarismo chileno, cada vez que la oportunidad se me presenta?
El Sr. Santos Chocano no tiene necesidad de calumniarme para buscar causa de querella conmigo. Causa la tiene de sobra con lo que yo le he dicho, fundado estrictamente en justicia. No soy matachín ni perdonavidas, pero por eso mismo le he dicho al Sr. Chocano que lamentaba verle dejar la lira del poeta por la vara de cascabeles del bufón. Se lo dije sin odio ni mala pasión; se lo dije con dolor porque lo admiraba y lo quería como poeta y como amigo. Lo acusé como acusé a Lugones de no estar a la altura del deber que una justa fama les impone como directores del pensamiento de América. A este escrito contestó Chocano ofendiéndome bajamente y calumniándome. Contestó diciendo mentiras y puerilidades como la de que yo en una época de destierro, que pasé en Lima, había sido empleado de la Policía limeña. Si como esto es falso hubiese sido cierto, crea el Sr. Chocano que no me avergonzaría confesarlo, porque las gentes honradas honran los cargos y yo hubiese sido un policía honrado. Lo que no he sido hasta la fecha es lacayo de ningún déspota. Y como todo esto les consta a los jóvenes de Lima, los jóvenes de Lima acordaron hacerme una protesta de simpatía con motivo de los cargos calumniosos de Chocano. He sabido de esta adhesión juvenil al mismo tiempo que de la tragedia de Elmore. El mensaje me lo enviaron los jóvenes limeños a Madrid y no me ha llegado hasta estos días. Y él me explica la maniobra; no pudiendo Chocano herirme en mi reputación, ha querido presentarme ante el patriotismo peruano como un aliado de los chilenos, como un enemigo secreto del Perú.
Por eso el Sr. Chocano, en declaraciones dadas el día siguiente del asesinato, y que leo en la Prensa de Méjico, ha dicho que mató a Elmore, porque sostenía mis ideas internacionales, las que califica de «traición al Perú.» Yo desafío al Sr. Chocano a que precise cuáles son esas ideas, cuáles son esos conceptos que pudieron parecerle una traición al Perú: porque el Sr. Chocano, como hijo del Perú, no debe ignorar que yo fui casi expulsado de Chile porque allá se me consideró sospechoso de peruanófilo. Pero ni las buenas gentes de Chile, que son muchas, ni las buenas gentes del Perú, que son muchas, se dejan engañar por estas calumnias que inventan los déspotas y sus defensores contra los hombres que son sus enemigos naturales sólo porque dicen en cada caso la verdad. Los buenos peruanos saben lo que yo quiero al Perú y los chilenos saben que no por querer al Perú soy yo enemigo de Chile. Precisamente Elmore, la víctima inocente de las iras del Sr. Chocano, Elmore y yo somos de aquellos que representan el patriotismo nuevo de la América: un patriotismo que no entiende de localismos y que quiere pegarles por igual a las dictaduras que aparezcan en Chile y a las dictaduras que aparezcan en Perú o en Méjico. Somos de los que creemos que los enemigos de la América latina son sus tiranos. Son precisamente esos que el señor Chocano defiende y que ahora lo defenderán a él para que salga impune su atentado contra el indefenso Elmore. Saldrá impune, pero no saldrá inmaculado. La sangre de Elmore le pesará en la conciencia, quiéralo o no, hasta el día de su muerte. Y es en vano que pretenda cobijarse con el manto de la patria peruana. Ni Elmore, peruano, ni yo, mejicano, hemos tenido una sola idea, un solo sentimiento que no fuese de adhesión fervorosa a la patria peruana. Elmore ha tenido la fortuna de ofrendar su vida a esa buena causa; a la causa de las libertades del Perú y a la causa de la patria iberoamericana.
A mí me colgarán, a su tiempo, de cualquier palo, en alguna de las encrucijadas del continente; pero no me corregiré de mi pasión de proclamar la verdad, hasta donde los diarios quieren y pueden ayudarme a decirla. Siempre me quedará el recurso de la correspondencia privada; pero hoy quiero rogar a ese noble diario que sea mi portavoz para que todos los jóvenes del Perú y los jóvenes todos de nuestra raza española, desde Madrid hasta Buenos Aires, sepan que Elmore no murió defendiendo una causa impura: no murió defendiendo «a uno que había insultado al Perú»; murió asociado en ideales a este mejicano que ama al Perú y también a Chile, pero no adula ni al Presidente de Chile ni al Presidente del Perú. Sepan todos que Chocano ha podido matar a Elmore con una bala que el otro no pudo contestar y seguro de una impunidad que nadie osará discutirle allá; pero Chocano no hará pasar a Elmore como traidor a la causa peruana; Elmore entra a la gloria como una de tantas víctimas de la tiranía iberoamericana; pero una noble, una grande víctima, porque antes de morir ya se había convertido en ciudadano de la patria continental. Lo lloramos todos, y en el dolor de la tragedia no excluimos ni al propio Chocano, que era una gloria y que hoy está manchado, y él sentirá, si reflexiona, el dolor de su remordimiento. Todavía le queda un camino: que se deje de adular a la fuerza y de avivar las bajas pasiones de la discordia interamericana. El fue en su buena época un partidario del acercamiento chileno peruano: que torne a la buena causa, a la causa de la libertad y el bien, y el mismo Elmore desde su gloria le sonreirá y pensará: mi sacrificio no fue vano. ¡Ya basta de odio en nuestra América! Antes mataban sólo los bandoleros de la política. ¿Adonde iremos a dar hoy, que aun nuestros poetas se convierten en asesinos? ¿Y todo para qué? Para allanar el camino «al reino de la espada». ¡Pobre América latina! Desesperaríamos de tu suerte si no fuese porque al mismo tiempo que Chócanos das también Elmores. Que el nombre de Elmore sea desde hoy bandera.
Vasconcelos
La Libertad
Madrid, miércoles 8 de septiembre de 1926
Luis Jiménez de Asúa
El crimen de Lima
Elmore y Chocano
Una noticia breve
Hace poco más de un mes, los diarios madrileños copiaron de los periódicos franceses una noticia que fué de magnitud extraordinaria en toda Hispanoamérica. El suelto de nuestras hojas diarias era, en cambio, breve y de segunda mano. ¡Testimonio abrumador del vergonzoso abandono en que se tienen las informaciones ultramarinas!
La noticia decía que acababa de dictarse sentencia contra Santos Chocano por muerte de Edwin Elmore: «Los Tribunales que entienden en el proceso han visto la causa y dictado fallo, condenando a Santos Chocano a tres años de prisión y al pago de una indemnización que los periódicos franceses traducen a 10.000 dólares.» («El Sol», 9 Julio 1926.)
Supe del asesinato de Elmore en Buenos Aires el mismo día que llegó a mi conocimiento la muerte de Ingenieros. La pérdida de aquellos amigos leales e insignes me emocionó superlativamente. Luego me informé al detalle en Lima del dramático episodio, y desde entonces he seguido paso a paso las incidencias, nada limpias, del proceso contra el poeta homicida, y poseo los documentos del atestado policíaco, la «instructoria», el escrito fiscal, los trabajos periciales, entre ellos el del doctor Avendaño, y las amplias reseñas de la vista publicadas por los diarios limeños.
La parva noticia impresa por los periódicos españoles removió el universo íntimo de recuerdos, y me propuse comentar, con la brevedad que exigen los artículos periodísticos, la benigna condena recaída contra Santos Chocano. Hoy, la lectura de un libro que llega hasta mis manos en este rincón de Asturias, renueva el propósito y resuelve la ejecución.
Antecedentes
Me hallaba en Lima en Diciembre de 1923, cuando el Centenario de Ayacucho, y presencié algunos de los festejos con que el Perú conmemoró la batalla que cancelaba nuestro poderío colonial americano. Una de las ceremonias más sonadas –acaso porque lo hueco hace descomunal ruido– fué un torneo poético en que Chocano leyó su «Canto del Hombre-Sol», acompañado de Guillermo Valencia y Leopoldo Lugones. La imparcialidad que orienta mis actos y mis frases me fuerza a confesar que el único que supo someter la atención del público fué el poeta argentino. La primera parte de su discurso, en que describió la brega militar en el llano de Ayacucho, tuvo la sobriedad de un relato grecolatino y supo adentrarse en lo más recóndito de la emoción. Pero cuando más fuertes batían los aplausos y era más tenso el afán de los oyentes, surgió el Lugones nacido el año 1923, comadreado por Carlés en las famosas conferencias de Buenos Aires, que tuve la poca suerte de escuchar, con más dolor por la deserción del poeta que furia por las concepciones de violencia postuladas por Lugones. El discurso de Lima tomaba nuevo sesgo. Moría el clasicismo y nos retrotraíamos a la barbarie medieval. Lugones alababa la fuerza. «Ha sonado, para el bien del Mundo –dijo textualmente–, la hora de la espada.»
Yo, que era espectador adolorido, doy fe de cómo el pueblo peruano, que había aclamado al poeta y al orador impecable, que supo revivir ante sus pupilas la batalla conmemorada, aplaudió al final con tibieza y desgana. Estoy convencido de que por ser extranjero en Lima se salvó Lugones aquella noche de las muestras de desagrado, que tanto empeño puso en conquistar, de aquella pléyade de profesores e intelectuales, malquistos del Gobierno vigente.
Acaso el alegato violento y militarista hubiera podido ser olvidado, porque «verba volant»; pero el poeta argentino lo hizo publicar en «La Nación», de Buenos Aires, en un texto cuidadosamente revisado y aprobado por él; y tan áspera resultaba la arenga para la sensibilidad argentina, que el propio gran diario porteño se vió precisado a advertir que en escritos de tal índole los autores hablaban por propia cuenta.
Ese discurso de Lugones prologa el episodio que desenlazó con la luctuosa peripecia de Lima. José Vasconcelos, el selecto mejicano, compuso su notorio artículo «Poetas y bufones», en que al condenar el gesto del escritor argentino, diferenciaba los motivos que le impulsaron de los que movieron la conducta de Santos Chocano, que después de sus revolucionarias arengas de Méjico adulaba a los tiranos de toda Hispanoamérica. Vasconcelos decía que en Lugones y Chocano los bufones habían reemplazado a los poetas. El artículo de respuesta, pleno de furia incontenida, revela ya el «estado peligroso» del cantor de Ayacucho.
Edwin Elmore, el joven peruano que tantos nobles pensamientos apadrinó, fué en su patria, unido a varios intelectuales y universitarios, el portavoz de las ideas [2] de Vasconcelos. Un artículo de Elmore, que el diario «La Crónica» no quiso publicar, fué conocido por Santos Chocano, y del tal modo irritóse su egolatría, que insultó vilmente por teléfono al autor del escrito inédito, y pocas horas después le mató de un tiro de revólver, el día 31 de Octubre de 1925.
A pesar de la poca atención que se presta en España a los acontecimientos hispanoamericanos, el público español ha tenido esta vez noticia circunstanciada de la historia del lance. Fué, primero, una información tendenciosa y mendaz contenida en un folleto que la propia Casa Calpe se vió precisada a desautorizar, cuidadosa de su neutralidad editora; y ha sido lograda después más verazmente en el pequeño libro publicado por D. José María Rodríguez, «Poetas y bufones», impreso hace tres o cuatro meses por la Agencia Mundial de Librería.
Yo quisiera poner, en un próximo artículo, breves apostillas técnicas al crimen y a la sentencia, ha poco conocida; pero antes deseo perfilar las dos figuras de este drama, que trasciende del simple episodio de la crónica de sucesos.
Edwin Elmore
Conocí a Edwin Elmore en Lima en los días postreros del año 1924 y rápidamente soldé con él amistad entusiasta. Era franco y cordial, decidido y tenaz. Su cuerpo, bajo y macizo, amadrigaba una nobleza y una constancia poco frecuentes. Era, además, modesto, y le oí siempre escuchar las objeciones que se le presentaban a sus planes con una cortesía refinada y benévola.
La juventud peruana ha tiempo que se ha penetrado de lo que ocultaban las Ligas y Congresos panamericanos. Allí, como en Cuba y como en Centroamérica, se sabe bien que detrás de los secuaces de M. Leo S. Rowe –el presidente de la Sociedad panamericana– está, vigilante y astuta, la política panyanqui. Por eso, los hombres de edad moza han pensado en la América de nuestra lengua, que es preciso buscar en el hispanoamericanismo su estandarte de enrolamiento y engarzar con grandes ideales a los países de raíz ibérica, dando un contenido de futuro a lo que hasta ahora no había sido más que informe pelotón de frases hueras y manidas.
Dejemos que sigan celebrándose esos Congresos de mestizaje político-científico y vayamos a certámenes libres de pensadores, oriundos de los pueblos iberoamericanos, con el designio de formar una personalidad colectiva hispanoamericana. El progenitor del proyecto admirable fué Edwin Elmore, que ha tiempo venía madurando la idea, y que, al marchar yo del Perú, partió para la Argentina y el Uruguay con objetivos proselitistas. Acaso muchos de los lectores españoles recordarán que Leopoldo Lugones se opuso a tan certeros planes en una carta publicada en «El Sol» del 16 de Abril del pasado año, bajo el título de «Un Congreso libre de trabajadores intelectuales». Era lógico, dadas las concepciones imperialistas y simpatizantes con los Estados Unidos, que ni Lugones ni Chocano mirasen con pupila propicia este proyecto que Elmore postulaba con afanes de sin par tenacidad.
Una bala, enviada con saña, ha cortado su vida en la más plena juventud. Pero, a pesar de sus breves años, Elmore había publicado ya trabajos de mérito, como «El esfuerzo civilizador», «En torno al militarismo», «El españolismo de Rodó», «El nuevo Ayacucho», además de numerosos artículos en «Mercurio Peruano» y otras revistas y diarios. De todas sus páginas fluía una emoción liberal, convencida y convincente, que le destacó en primer rango entre los hombres de las jóvenes generaciones peruanas. Sus compatriotas han hecho honor a su memoria, y el «Mercurio Peruano», para el que tuvo tanto fervor y tanto esfuerzo, le ha consagrado el número de Noviembre-Diciembre de 1925.
El españolismo de Elmore fué incluso desbordante, y en su casita de los alrededores de Lima departía yo con él una noche sobre mi patria lejana, que ansiaba conocer hasta lo más recóndito. Cuando he retornado al Perú, el grande y puro amigo no existía ya; pero sus programas siguen enhiestos y más acariciados por aquella juventud, que ve en Edwin Elmore un mártir del ideal.
Santos Chocano
Le vi en Lima, en un café a la salida de los teatros, sentado con su última mujer. Le escuché luego la lectura del poema que le encargó el Gobierno de su país, la misma noche en que Lugones se prosternaba ante la espada.
No voy a enjuiciar al poeta, ni está en mi designio comentar sus últimos versos de franca decadencia. Me interesa ahora el hombre vivo y efectivo, que mata por soberbia desencadenada.
Santos Chocano es, desde el ángulo visual del penalista, un individuo «en estado peligroso». Toda su vida anterior y ansiosa de placeres; su conducta poco pulcra; su megalomanía incurable y hasta la afección hepática que se ha querido utilizar en búsqueda de una irresponsabilidad moral para su delito, dibujan científicamente la figura del «peligroso», de la persona socialmente temible, a quien no puede servir de excusa su estro de poeta. En Madrid no se desconocen episodios de su vida, nada recomendables, y cómo pagó la hospitalidad, generosamente brindada, con aquel alevoso «Fin de raza».
Su actitud subsiguiente al crimen nos revela la personalidad característica de Chocano. Un insulto soez al padre de Elmore, ya muerto, originó la reyerta final. Y el poeta, desde su celda privilegiada, continúa manejando la injuria, y funda, para propalarla, un libelo indecoroso que titula «Hoguera» y que subraya con el epígrafe hipertrófico de «semanario nacionalista».
Santos Chocano no confiesa después el delito. Su proceder no es el del hombre sincero, arrepentido o empecinado, que relata lo hecho con leal veracidad. Chocano miente, y habla de una legítima defensa falsa y de un accidente desgraciado que ocasionó el disparo del arma en forcejeo con la víctima.
Santos Chocano, megalómano máximo, quiere entender de todo, y amparándose en unos informes balísticos que él demandó, refuta los serenos párrafos del informe médico-legal del doctor Avendaño, demostrativo de que el disparo se hizo a distancia y que jamás pudo producirse en un cuerpo a cuerpo. Chocano penetra irreverente por los campos de la Medicina legal y quiere desautorizar al gran experto limeño, que ha envejecido en el estudio de tan arduos problemas.
En un artículo publicado en «Excelsior», de Méjico, Chocano escribió: «Mi moral es la de los Incas: «No matar, no robar, no mentir.» Santos ha «matado», primero, y, luego, ha «mentido».
Luis Jimenez de Asua
Perlora (Gijón), Septiembre de 1926.
La Libertad
Madrid, martes 14 de septiembre de 1926
Madrid, martes 14 de septiembre de 1926
Luis Jiménez de Asúa
La muerte de Edwin Elmore
Chocano, homicida
El crimen
Edwin Elmore, terciando en la polémica entablada entre José Vasconcelos y Santos Chocano, escribió un artículo –que no quiso imprimir el diario «La Crónica»– solidarizándose con los conceptos ideológicos del primero. Chocano ha dicho que ese trabajo contenía «soeces insultos»; pero el que lo lea sin apasionamientos podrá convencerse de que no hay posible injuria en unos alegatos de orden «doctrinal», como califica Elmore el tema que se dispone a desenvolver en los párrafos siguientes, y cuantas veces adjetiva, incluso con dureza, la conducta de Chocano, se refiere a pensamientos, actos o doctrinas por él expuestos en su actuación pública. Un poeta ilustre y un político que pretende marcar rumbos a su país, no debe aspirar, si está sano de mente, a situarse extramuros de la crítica. Elmore cumplía una función social indispensable: la de polemizar sobre ideas que habían sido públicamente expuestas. Como realmente este ensayo nada injurioso contenía, Chocano ha dicho en el proceso criminal que las frases lesivas fueron proferidas en una conferencia transmitida por radio y que se tituló «El nuevo iberoamericanismo», en la que todavía es más suave la forma y más característicamente doctrinal su fondo.
Pero Chocano, megalómano superlativo, hinchado de vanidades, reputó insulto lo que no era más que crítica, y con ademán estúpidamente villano injurió a Elmore por teléfono, diciéndole que era hijo del «traidor de Arica». No sólo era vil con Edwin, sino canallesco con el padre, cuya conducta en la guerra del Pacífico ha quedado enaltecida y sin mácula alguna. Chocano no dió tiempo a que Elmore le respondiese y colgó el auricular; pero se hallaba tan irritado, que ni aun el insulto desfogó su furia. Entonces escribió una carta que se lee con sonrojo y que inhabilita a Chocano, incluso como escritor. En ella no hay ingenio alguno y se halla horra de buen gusto. La indecorosa misiva empieza así: «Desgraciado joven: Aunque no tiene usted la culpa de haber sido engendrado por un traidor a su patria, tengo el derecho de creer que los chilenos han pagado a usted para insultarme, como pagaron a su padre para que denunciara las minas que defendían el morro de Arica.» Luego le llama «cucaracha», «raza de víboras», y continúa: «Debe usted a Clemente de Palma la vida, porque si sale publicado su articulejo de mayordomo o cochero de los que algún valor personal o intelectual siquiera tienen, le hubiera yo, sin el menor reparo, destapado los sesos, con la misma tranquilidad con que se aplasta a una cucaracha metamorfoseada en alacrán.» Sigue calificándole de «miserable y cobarde», y el ominoso documento termina así: «Entienda usted que si no se apresura a escribirme dándome plena satisfacción, seré yo el que publique esta carta –cuya copia me reservo–, y cuando le encuentre le escupiré la cara, para que si osa levantarme la mano destaparle los sesos. ¡Un peruano por quien un rey, diez Gobiernos y tres Congresos se interesan, insultado por el hijo del traidor de Arica! Miserable: Como he aplastado a Vasconcelos te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo, para usted, no podría ser sino su patrón.»
Esta carta –que fué enviada a las cuatro de la tarde del 31 de Octubre de 1925 y que recibió la señora de Elmore en el momento en que caía herido su esposo– es el más transparente documento psiquiátrico con el que Chocano revela su megalomanía constante. El poeta no está sano de espíritu. Cierto. Pero por eso su temibilidad es mayor y más urgente el deber de recluirle por tiempo indefinido.
Santos Chocano se proveía al mismo tiempo de un enorme revólver, a pesar de su designio de ir a ver al presidente Leguía, como parece comprobarse por la vestimenta de chaquet que llevaba puesta. La pistola y la carta desvelan bien nítidamente las intenciones del delicado vate.
Edwin Elmore, afectado profundamente por el torpe insulto recibido por teléfono, escribió unas frases, justamente severas, contra quien injuriaba a distancia la memoria de su padre, y las llevó al diario «El Comercio» para obtener su publicación. Pocos instantes después llegó Chocano a la imprenta del periódico. Elmore, ofendido en lo más sensible, agredió a puñetazos al poeta, que iba provisto de un bastón, del que pretendió hacer uso sin conseguirlo, porque su adversario le desarmó, a pesar de la corpulencia de Chocano. La razón da mucha fuerza. Entonces, Santos Chocano sacó un revólver, a cuya vista Elmore soltó al poeta y retrocedió con las manos en alto, hasta llegar al muro. El vate hizo puntería, y cuando la segura víctima estaba a dos o tres metros, disparó. La bala alojóse en el vientre de Edwin, que por su pie acercóse a la puerta, donde [2] se desvaneció en brazos de unos amigos que pasaban.
Operado prontamente, el médico no pudo suturar todas las perforaciones intestinales, que eran numerosas, porque el herido se sincopaba mortalmente en la cama de operaciones. Elmore murió el 2 de Noviembre a consecuencia fatal del disparo.
Para impedir que las opiniones tomaran sesgos impropios, Teodoro Elmore, hermano de la víctima, editó «Algunos documentos relacionados con el asesinato de Edwin Elmore», en la imprenta Sanmartí, de Lima, a fines de 1925, en cuyo folleto colecciona las cartas y artículos que antecedieron al crimen.
El sumario y la sentencia
En el sumario se hallan pruebas de los intentos hechos por Chocano para buscar la impunidad y de las complacencias de las autoridades, bienquistas con las intenciones del vate. Santos Chocano invoca la legítima defensa, en cuyo ejercicio dice extrajo el arma sin más fin –según él– que intimidar a su víctima; pero Elmore se arrojó sobre el revólver y entonces partió el tiro. Este mendaz alegato, que el poeta quiso basar en unos informes de balística, quedaba nulo por la ausencia de fogonazo en la ropa que el muerto llevaba puesta. También aquí, apoyándose en las dudas de algunos testigos sobre la vestimenta de Elmore, se ha querido hacer creer que la viuda cambió el traje de su esposo.
El informe de Avendaño, recusado por Chocano, pero suscripto por los demás expertos, y las declaraciones terminantes de los testigos presenciales, sobre todo de Antonio Miró Quesada, director de «El Comercio», eran de tal probanza, que apareció patente la falsedad de las versiones del matador, que hizo de la mentira su sola defensa.
Todavía se quiso acudir a otro recurso. Un médico lanzó la aventurada tesis de que si la intervención quirúrgica hubiera sido practicada según arte y ciencia, Elmore no habría muerto. Me parece increíble que haya habido un doctor en Medicina capaz de afirmar esto con tanto desenfado. Pero aun cuando fuese cierto, en nada influiría para la calificación de los hechos. Todo el que conozca medianamente las doctrinas de la causalidad material, sabe que la desgracia del médico no cambia el diagnóstico legal del delito perpetrado, en casos como el del crimen de Lima.
Ante la falsía y la torpeza de estos intentos de exculpación, el fiscal no tuvo más remedio que acusar. Mas el doctor Zavala Loayza, que pedía para una estafa seis años de prisión, tuvo para Santos Chocano, no sólo frases de magnanimidad conmovida, sino hasta palabras de admiración y excesivo respeto, y concluyó solicitando para el «bardo nacional» la pena de cinco años de prisión, como reo de un homicidio pasional, a quien estimó aplicable el artículo 153 del reciente Código peruano, que dice así a la letra: «Se impondrá penitenciaría no mayor de diez años, o prisión no menor de un año ni menor de cinco años, al que matare a otro bajo el imperio de una emoción violenta que las circunstancias hicieren excusable.» La sentencia todavía fué más benigna, pues condenó a Chocano a tres años de prisión y a 10.000 dólares como responsabilidad civil.
Crítica científica
En presencia de ese fallo, la crítica imparcial debe mostrar su discrepancia. Ni la calificación del delito, ni la peligrosidad del reo, autorizaban tantas bondades.
Chocano quiso dar un tinte político a su crimen. Motejó de «derrotista» a Elmore y presentóse como el representante del nacionalismo peruano en la difícil polémica Tacna y Arica. Pero todo el que explore el asunto sin prejuicios, ve que el poeta insulta y hiere a su adversario ideológico porque ofende –según el vate megalómano– a un peruano «por quien un rey, diez Gobiernos y tres Congresos se interesan». Era tan disparatada esta defensa, que el sumario no valora la pretendida índole política del delito.
Pero, como he dicho, se hace uso del artículo 153 del Código Penal peruano de 1924, y se considera el homicidio perpetrado «bajo el imperio de una emoción violenta». ¿Puede decirse con acierto que la muerte de Elmore fué oriunda de una pasión noblemente explicable, de un justo dolor capaz de producir reacciones agresivas en quien lo sufre? Debió rastrearse la génesis de este artículo por los Tribunales peruanos. Maúrtua, autor de la nueva ley penal, lo tomó del artículo 81, letra a), del Código argentino de 1922, que lo copia, a su vez, del artículo 100 del Proyecto suizo. Este inciso, sabiamente compuesto, no puede desentrañarse sin conocer a fondo el pensamiento de los redactores helvéticos, cuyas discusiones se hallan completas en el «Protokoll der zweiten Expertenkomission», editado en Zurich. También han valorado con acierto el alcance del homicidio emocional los profesores argentinos Juan P. Ramos, en la «Revista Penal Argentina» del año 1922, páginas 156-164, y Sofanor Novillo Corvalan, en el diario «Los Principios», de la Córdoba argentina, del 5 de Junio del citado año.
Cualquiera que sea la amplitud que quiera darse a ese precepto, nunca podrá alcanzar a las reacciones paranoides de un soberbio. El ensayo escrito por Elmore, y que «La Crónica» no publicó, jamás es susceptible de originar la «emoción violenta», que atenúa el homicidio en hombres mentalmente sanos.
Es más: aplicando las normas del artículo 51 del Código del Perú, debió estimarse como circunstancia de mayor peligro el designio homicida de Chocano, bien demostrado por la terrible carta, antes recordada, y por la tenencia del revólver en un día que destinaba a visitar al presidente de la República. La calificación del hecho debió ser, por tanto, mucho más severa.
Pero lo que más me importa subrayar es que el tratamiento penal que la sentencia impone no acompasa con la alta peligrosidad del matador. La vida aventurera y de placeres que Chocano llevó siempre, su desarreglo y, sobre todo, su extremada megalomanía, revelada en las frases desbordantes de soberbia que constantemente se le escapan, y sus reacciones paranoides, motivadoras del crimen, unidas a la litiasis biliar padecida, y que –según los peritos– «aumenta su emotividad», dibujan a maravilla la figura del anormal, mucho más peligroso que el delincuente sano y cuerdo, pues en aquél los frenos inhibitorios no funcionan u operan defectuosamente.
Yo no pido que se encierre al poeta en dura cárcel ni que se le sujete a tratamientos feroces. Mis doctrinas penales me lo vedan. Pero en todos los Códigos modernos, y también en el peruano, existen ya medidas de custodia contra los peligrosos por trastornos mentales de mayor o menor monta. Aplíquese a Chocano un internado de seguridad en un establecimiento adscrito a ese fin custodio por tiempo indefinido y condicionado al término de sus anormalidades de la mente, que, por desgracia, parecen ser ya incurables.
Nunca me ha sido grata la figura del fiscal ni la del acusador privado. No tercio, pues, en este patético asunto por afanes expiacionistas. Sólo me ha guiado, a más de la fraternal camaradería con la víctima, el deseo de informar verazmente a los españoles del dramático episodio que ha querido enturbiarse con propósitos nacionalistas.
Luis Jiménez de Asúa
Perlora (Asturias), Septiembre.
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