martes, 2 de agosto de 2011

EL DANDY SEGÚN ROLAND BARTHES

Durante siglos hubo tantas prendas de vestir como clases sociales. Cada condición social tenía sus prendas de vestir y no había ningún tipo de vergüenza en convertir un atuendo en una señal de pertenencia, ya que la brecha entre las clases era considerada como natural.
Así, por un lado, el vestir fue objeto de un código totalmente convencional, pero por el otro, este código se refería a un orden natural, o mejor aún, a un orden divino.
Cambiar de atuendo era cambiar el ser y la clase social del sujeto, ya que eran parte integrante de la misma cosa. Así vemos en las obras de Marx, por ejemplo, el juego del amor quedando atrapado en las mezclas de las identidades, en las permutaciones posibles del estatus social y en el intercambio de vestimentas. Hubo en este momento una verdadera gramática de la ropa, algo que no era simplemente una cuestión de gusto, y que no se podía transgredir sin que ello afectara a la organización más profunda del mundo: ¡cuántas tramas e intrigas en nuestra literatura clásica se basan en las características del vestuario de sus protagonistas!
Sabemos que a raíz de la Revolución Francesa las prendas de vestir de los hombres cambiaron drásticamente, no sólo en su forma (que procedían esencialmente de los cuáqueros), sino también en su espíritu: la idea de la democracia produjo una forma de vestuario, en teoría, uniforme, no sujeto a los requisitos de las apariencias sino a los de trabajo y la igualdad. El vestir moderno (para nuestros hombres la vestimenta es en gran medida la del siglo XIX) es, en teoría, práctico y digno: tiene que adaptarse a cualquier situación de trabajo (siempre que no sea el trabajo manual), y con su forma austera, o por lo menos sobria, debía indicar la moral que caracterizó la burguesía del siglo pasado.
De hecho, la separación de las clases sociales no fue abolida del todo: aunque derrotada políticamente, la aristocracia todavía mantenía un poderoso prestigio aunque limitado a un estilo de vida. El burgués tuvo también que defenderse por sí mismo, no contra los trabajadores (cuyo vestir permanecía claramente diferenciado), sino contra el ascenso de las clases medias. Por tanto, la ropa tenía que engañar, por decirlo así, la uniformidad teórica que habían legado la Revolución y el Imperio; y dentro de una manera de vestir universal, no había necesidad de mantener divergencias de carácter formal, que pudieran resaltar las diferencias entre los interlocutores de diferentes clases sociales.
Es aquí que vemos la aparición de una nueva categoría estética en el hecho de vestirse, con un largo futuro por delante (la ropa femenina de hoy en día es un claro ejemplo, como nos revela un somero vistazo a cualquier revista de moda): los detalles. Ya que ya no era posible cambiar el tipo básico de prendas de vestir para los hombres sin afectar al ethos democrático y ético, fue el detalle (el "casi nada", el "je ne sais quoi", la "forma", etc) lo que comenzó a desempeñar el papel distintivo en la ropa: el nudo en una corbata, el material de una camisa, los botones de un chaleco, la hebilla de un zapato, fueron a partir de entonces suficiente como para destacar la parte más estrecha de las diferencias sociales. Al mismo tiempo, la superioridad del estatus que, por razones democráticas ya no podía ser publicitado, se oculta y sublima por debajo de un valor nuevo: el gusto, o mejor aún, como la palabra es apropiadamente ambigua, distinción.
Un hombre distinguido es aquél que se desmarca frente a la masa utilizando medios modestos, pero unos medios cuyo poder, que es una clase de energía, es inmenso. Dado que, por un lado, que su objetivo es ser reconocido sólo por sus pares, y por otra parte, que este reconocimiento se basa fundamentalmente en detalles, el hombre distinguido añade al uniforme de su época una serie de signos discretos (es decir, los que son apenas visibles y no necesariamente en consonancia con el conjunto), que ya no son los signos espectaculares de una condición que cuente con una franca aprobación, sino los sencillos símbolos de un acuerdo tácito. De hecho, esta distinción tiene un aspecto semiclandestino: por una parte, el grupo capaz de reconocer estas señales es limitado; por otra, las señales necesarias para esta lectura son escasas y, sin un conocimiento particular del nuevo idioma vestimentario, perceptibles sólo con dificultad.
El Dandy, (y sólo estamos hablando de su ropa, puesto que el Dandismo es más que simplemente un comportamiento vestimentario) es un hombre que ha decidido radicalizar la distinción en la vestimenta masculina sujetándola a una lógica absoluta. El Dandismo no es sólo una ética, sino también una técnica.
El Dandy está condenado a inventar continuamente rasgos distintivos que son cada vez nuevos: a veces se apoya en la riqueza para distanciarse de los pobres, otras veces quiere que su ropa se vea desgastada para distanciarse de los ricos - este es precisamente el trabajo del "detalle", que consiste en permitir al Dandy escapar de las masas y nunca a ser devorado por ellas; su singularidad es absoluta en lo esencial, pero limitada en cuanto al fondo, ya que nunca debe caer en la excentricidad, porque ésta es fácil y eminentemente imitable.
El "detalle" permite a su vestimenta, en teoría, convertirse indefinidamente en "otra". De hecho, la manera de llevar una prenda de ropa es muy limitada y si no se interviene en ciertos detalles de la composición del conjunto, cualquier reposición de un conjunto sería rápidamente agotada. Esto es lo que ocurrió cuando la vestimenta masculina era totalmente industrializada: privado de cualquier fabricación artesanal, el Dandy tenía que renunciar a cualquier forma absolutamente singular de vestir, puesto que tan pronto como se hace común, incluso con ropa de lujo, ya no podría ser nunca único. Por lo tanto, la ropa prêt-à-porter supuso el primer revés fatal para el Dandismo. Pero, más sutilmente, lo que arruinó al Dandismo para siempre fue el nacimiento de las boutiques "originales"; esas tiendas que venden ropa y accesorios que no forman parte de la cultura de masas, porque se comercia con esta exclusividad, aunque dentro del sector de lujo se convierte en normativa: mediante la compra de una camisa, una corbata o gemelos en X o en Z, uno se ajusta a un estilo determinado, y abdica de cualquier  invención de la singularidad(se podría decir narcisista) personal. Sin embargo, es fundamental para el Dandismo ser creativo, el Dandy concibe su indumentaria exactamente igual que un artista moderno puede concebir una composición utilizando los materiales disponibles (como un collage), es decir, normalmente es imposible para un Dandy comprar su ropa. Pero una vez que se limita su libertad de comprar (pero no de crear), el Dandismo no puede sino sofocarse y morir; comprar los últimos zapatos italianos o una chaqueta de tweed inglés es ahora algo tan común que parece que se conforma con seguir la moda.

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